¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

martes, 1 de noviembre de 2016

Mi lado débil como mamá

Por supuesto que no hay madres perfectas, todas lo sabemos y lo repetimos "no puedo ser perfecta, no hay madres perfectas". Pero claro, las mamás ansiosas buscamos la perfección, aún cuando sabemos que no existe. Me reconozco como una eterna perfeccionista. Y, en lo que a maternidad se refiere, en estos casi cuatro años he conseguido sentirme orgullosa de algunos de mis logros como madre. 
Pero de eso hablaré en otra oportunidad.

Hoy me interesa más bien reflexionar sobre aquellos costados flacos, puntos débiles que también me encuentro. Ya a esta altura ni siquiera lidio por cambiarlos, sino simplemente por aceptarlos. Forman parte de mí como madre, hacen que sea una mamá normal e imperfecta como todas y el asumirlos me sirve para aceptarme como soy, relajarme un poco y disfrutar más de aquellas cosas en las que sí soy buena. ¿Y en las que no? Paciencia. Los hijos se crían igual. 

Ahora sí:

- Soy una madre terrible con las enfermedades. Obvio que cumplo con las tomas de remedios, las nebulizaciones, los turnos del pediatra. Pero no soy buena madre al lidiar con problemas de salud. Me cuesta ponerle onda, paciencia y amor. Nada de madre abnegada que se desvive al lado de su hijito en cama. Mi estado de ánimo oscila entre el negativismo catastrófico-hipocondríaco (del estilo "uh, fiebre, ¿será una eruptiva? ¿Será contagioso? ¿Será MORTAL?"), los ataques de llanto y de nervios a escondidas (de la niña, no del pobre marido que me soporta), y  ya cuando la criatura cursa la convalecencia, la resignación cínica-apática ("ponele la tele una hora más, no me la aguanto..."). No tolero los días (o semanas) con mi hija enferma. Con el más chiquito todavía no me tocó, pero ya van a llegar, y con los dos a la vez... tiemblo de solo pensarlo.
- También soy malísima con el encierro en días de lluvia. Se me ocurre que esto del encierro también me debe funcionar como factor contra las enfermedades. Y es que soy una mamá de plazas, parques, visitas y demás paseos, no me pidan que le ponga mucha onda a las tardes entre cuatro paredes. Un fin de semana largo con lluvia es una pesadilla para mí como madre. Reconozco que, a medida que mi hija mayor crece, juega más sola y podemos participar de juegos de mesa, que me ayude a cocinar, ver películas, etc. se me ha ido haciendo un poco más tolerable el quedarme en casa. Pero de todas maneras, las horas se me hacen chicle entre las cuatro paredes. Cosa que no me pasaba cuando me quedaba sola, sin hijos.
- Algo que me parece hasta menor y anecdótico si se quiere, pero no le doy demasiada importancia a la ropa que llevan puesta mis hijos. Ahora que Dani empezó a elegir, la dejo ponerse casi casi lo que ella quiere (y tiene mejor gusto para vestirse que yo). Pero nunca fui de tenerla emperifollada cual muñequita sino de caer en la comodidad de la tríada calzas-remera-zapatillas. Y la peino por una cuestión de higiene y de prolijidad mínima, pero no soy fanática de hacerle peinados (para eso tiene, por suerte, una tía muy creativa). Con respecto al abrigo, soy un poco más aplicada pero solo porque me obligo a mirar la temperatura en la tele antes de salir de casa y pensar "¿qué diría mi suegra si hoy la saco sin campera?". Además, mi mencionada fobia a las enfermedades de los hijos me funciona como motivación para no descuidarme tanto en este aspecto.

Y ustedes, mamás que me leen, ¿creen tener algún punto débil en su maternidad? ¿Cuál sería? ¿Les parece que es más importante reconocernos y aceptarnos así como somos, o por el contrario, que deberíamos trabajar precisamente sobre este costado por el bien de los hijos?

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