Puerperio. Es una palabra que, hasta que no te toca atravesarla, casi no forma parte de nuestro vocabulario. El puerperio es muy real pero está disimulado, a diferencia de la menstruación, del embarazo, del parto. ¿Se espera que cuando una mujer tiene a su bebé salga de la clínica divina, maquillada, calzando el jean elastizado que hace 7 meses que no le entra y que el bebé duerma de corrido para que los padres puedan salir de joda pronto? ¿O no tanto?
Creo que así pensaba yo después de haber tenido a Dani. Los primeros días -excepto que en vez de días serían semanas o meses- como madre se me hicieron eternos, sentí que todo lo que yo era, todo lo que me gustaba hacer, todo se había ido no sé a dónde, y esta que quedaba acá ya no era yo misma. No me encontraba, no me reconocía. Por eso, moría de ganas porque el puerperio pasara lo antes posible: dentro de X días voy a poder volver a salir, dentro de X semanas podemos sacarla a pasear, dentro de X meses ya va a dormir de corrido, etc. Estas expectativas, apenas hace falta aclararlo, no siempre se cumplieron. Y por eso viví mis primeros meses de maternidad con mucha ansiedad y frustración.
El hecho de haber tenido una hijita tan despierta (literalmente despierta, dormía poquísimo desde bebita) y la privación consecuente de sueño no me ayudaron. Hubiera dado cualquier cosa por adelantar el tiempo. Quería que todo pasara rápido: que durmiera, sobre todo, pero también que nos permitiera volver a salir, que sostuviera sola la cabeza para no tener que tenerla permanentemente en brazos, que pudiera tomar mamadera pronto para poder dejársela a una abuela, que superara la edad de los cólicos, que comiera sólidos para que no dependiera tanto de mi teta.... Solo con terapia logré relajarme (mínimamente) y sentir que las cosas mejoraban con el paso de los meses. Pero aún hoy me siento culpable por no haber disfrutado más y mejor de la primera infancia de Dani. A veces siento que la cargué de ansiedad, siempre esperando tenerla un pasito más adelante del que le estaba tocando atravesar.
A ver, en principio cualquier puerperio es una etapa difícil. Nadie diría que es lo más lindo de tener un hijo. Una está medio endeble después del parto (escuché que con cesárea la recuperación es todavía más lenta). Todavía nos sobran kilos por todos lados. La casa es un caos. Hay pilas de ropa de bebé para lavar acumulándose por los rincones. Nunca encontrás el momento para sentarte a la mesa y compartir una comida en familia. No dormís bien (o directamente, no dormís). El bebé llora mucho.
Pero de esta segunda experiencia vengo aprendiendo que es posible encontrar paz en algunos momentos. La clave está en aceptar las cosas como vienen. ¿No se puede salir con el bebé durante el primer mes porque casi no tiene defensas? A disfrutar de quedarse en casa. ¿Nos quedó la panza floja después de parir? Estoy dando la teta, no me jodan, a relajarse y darse un festín de delivery y facturas. ¿Durmió tres horas de corrido? ¡Maravilloso! No se le puede pedir más a esta altura. ¿Vienen visitas? A aprovechar para conversar con otros adultos (aunque probablemente te la pases hablando de tu bebé). ¿Estás dolorida por los puntos? Aprovechá para quedarte en la cama mientras tu pareja pueda darte una manito. ¿El bebé llora por los cólicos? Paciencia... y pensá en que son algo normal de su desarrollo que quedará pronto en el olvido (si recordara todo lo que me tocó pasar con Dani, dudo de que graciosamente hubiera elegido tener un segundo hijo...).
Tal vez sea que esta vez me tocó un bebé más tranquilo, pero no la vengo pasando tan mal. Entonces, pienso que tal vez (solo tal vez) se puede disfrutar del puerperio... siempre y cuando no pretendamos que sea algo que no es.
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