¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

domingo, 30 de julio de 2017

Mis no-vacaciones como mamá

Hasta hace unos años, para mí las vacaciones significaban, ante todo, no tener que cumplir horarios: poder dormir hasta la hora que quería, salir hasta tarde o quedarme leyendo hasta que me vencía el sueño, hacer una maratón de series con mi pareja, salir a comer afuera, ir al cine, ni pensar en las responsabilidades... si había que hacer algo en la casa (pongamos, un arreglo de plomería) decíamos "no, esta semana no, que estamos de vacaciones, mejor la semana que viene...". A veces, hasta me aburría de estar sin hacer nada y adelantaba trabajo (!) para mi regreso. En fin, las vacaciones eran el momento de no tener que afrontar responsabilidades.

Y, claro, me convertí en mamá.
Y, claro, aprendí que las mamás no tenemos vacaciones. No, por lo menos, de ser madres.

Ellos sí descansaron (a veces).
Este año, por primera vez con dos hijitos en casa las 24 horas, me di cuenta de que hasta trabajé más que yendo al colegio. Las vacaciones no se sintieron como mías, sino de mis hijos. Los paseos que armamos los pensamos en función a ellos, a sus edades e intereses. Y, bueno, no faltó la enfermedad de turno (Quiqui repitió la bronquiolitis). ¿Dormir? Solo de a ratos, entre nebulizaciones, baños para bajar la fiebre y toses. Y todo se complicó porque nos quedamos sin el auto, que nos dejó a pata por primera vez en estos años. ¿Conclusión? No me alcanzaban las horas del día -ni de la noche- para maternar. 

Pero, a diferencia de lo que hubiera pensado si alguien me lo contaba antes de tener hijos, no fue algo malo. Es una etapa diferente. Se la puede disfrutar siempre y cuando uno no espere que sea algo que no es. Si mis expectativas hubieran estado puestas en largas noches durmiendo, en salidas a solas con mi pareja, en paseos en auto sin horario determinado (¡o fecha!) de regreso... bueno, lo cierto es que estas "no vacaciones" hubieran sido sumamente frustrantes.
Por cierto, los días de lluvia y de frío que me los pasé encerrada en casa cuidando al enano, sabiendo que medio aguinaldo se nos iba en arreglar al auto que tanta falta nos hubiera hecho justo ahora, sin salir más que para hacer las compras... bueno, digamos que extrañé el "descanso" de ir a trabajar y, al menos, cruzar cuatro palabras con otros adultos. Nos quedamos con las ganas de hacer una breve escapada y de disfrutar de más días al aire libre. Lo bueno es que Quiqui se repuso bastante rápido.
En cambio, estas son algunas de las cosas que nos propusimos hacer y que sí pudimos cumplir:

Descubriendo dinosaurios con sus primos.
- Hacer lindos paseos con los chicos: un museo de ciencias naturales, la Feria del Libro, ir a comer afuera los cuatro, cine, mucha plaza y calesita cuando el tiempo y los virus nos lo permitieron... Dani también tuvo un cumpleaños y una invitación a jugar para no extrañar tanto a los amiguitos del jardín.
¡Nada tan divertido
como cocinar juntas!
- Pasar tiempo en casa: Tanto el papá como yo acordamos en que no queríamos que 14 días de vacaciones se transformaran en 14 planes. No hay plata ni cuerpo que aguante. Creemos que estar en casa, jugar, cocinar juntos y hasta aburrirse un poco forman parte de las necesidades de los chicos de 4 años, como Dani. Y cumplimos. En ese sentido, la enfermedad de Quiqui no nos dejó mucha alternativa -aunque por suerte fueron solo algunos días. ¿Y saben qué? A Dani casi no la vi aburrirse: sí la vi dibujar, hacer collages, inventar juegos, ver películas, cocinar galletitas, disfrazarse y bailar.
Una tarde con la abuela
se convierte en un paseo más.
- La importancia de la familia extendida: Algunos días el plan simplemente consistió en visitar a alguno de todos sus abuelos. Dani se quedó a dormir una noche con mi mamá y no sé cuál de las dos lo pasó mejor. También vinieron a visitarnos su tía y su madrina. ¡Solamente el ver una cara querida diferente a la de mamá o papá a ella ya le hace una tarde!
Ver a mis amigos: Pude disfrutar de algunos ratos compartidos con amigos, y también Javi. Por ahí todavía no logramos disfrutar de los encuentros en grupo, pero cada uno tuvo sus espacios y momentos gracias a la ayuda del otro.
- Arreglar la casa: En este momento, cambiar el sillón del living por uno nuevo, o reorganizar el cuarto de los chicos para que tengan más lugar para jugar, no es algo que sea vivido como una tarea u obligación, sino como una inversión en vivir un poquito más cómodos. Así que esto fue un proyecto que nos pusimos para las vacaciones, y que también pudimos cumplir. Las vacaciones se van, la casa arregladita se queda.

Hermosos.
Pero, por sobre todas las cosas, procuré empaparme de estos momentos con nuestros hijos chiquitos. Si ya de a ratos Dani quería estar con sus amigos, no puedo dejar de pensar que de acá a unos años va a haber que sobornarlos para que acepten pasar algunos ratos con nosotros. Por ahora, Papi Reloaded y esta que escribe somos sus ídolos incondicionales, dependen de nosotros para todo y aunque de a ratos esto sea agobiante, también es halagador.

Mañana vuelvo al trabajo. También mi marido. Mañana, Dani y Quiqui vuelven a sus respectivos jardines de infantes. Las no-vacaciones se terminan. ¿Descansé? No sé si es la palabra correcta. ¿Disfruté? Creo que sí. Bastante. Todo lo que pude. Pienso que ver disfrutar a mis hijos, compartir con ellos estos momentos y pasar ratos de a cuatro en casa tal vez sea todo lo que necesitaba para recargar las pilas y empezar bien esta segunda mitad del año.

jueves, 20 de julio de 2017

Con una ayudita de mis amigos

"¿Nunca un post sobre tus amigxs?"la pregunta vino de parte de Lucas, padrino de Quiqui, a quien más que un amigo considero un hermano que me dio la vida. "Porque el mío es un blog de maternidad", le contesto. "Ah, o sea que para vos la maternidad es algo totalmente escindido de la amistad!", me tira. Me quedo pensando. 
La verdad es que sí, le digo. 
Me digo. 
Tiene razón, aunque es una verdad que me resulta por lo demás incómoda.

Lo cierto es que para mí, los amigos siempre fueron muy importantes. Tanto como la familia. Y, desde que soy mamá, paso muchísimo tiempo menos con ellos. A algunos los dejé de ver del todo. A otros los veo, pero con menos frecuencia. Y con la inmensa mayoría, siento que no me sale compartir gran parte de mi vida, que pasa por ser mamá y por criar a Dani y a Quiqui. Así como con mis hijos tampoco comparto (todavía) cosas como mi gusto por determinadas series, mi pasión por la lectura o mis juegos de rol, muchas veces siento que mi mundo de mamá es algo que puedo compartir poco y nada con mis amistades.

En realidad, habría que aclarar. Una cosa es mi relación con mis amigas mamás, otra cosa con mis mamás amigas (no, no son lo mismo) y otra muy distinta, la amistad con mis amigos sin hijos (que, por esas cosas de la vida, son amplia mayoría).
Mis amigas mamás son dos, son las únicas de mi círculo de amistades que también tienen hijos de edades similares a los míos. Las adoro, podemos hablar de todos nuestros avatares como madres. Muchas veces reunirnos nos sirve como catarsis, para sentir que estamos menos solas, que a todas nos pasa lo mismo. Una de ellas vive muy lejos y no nos vemos tan seguido. Ella es quien cree que "los amigos sin hijos se pudren de nosotras, nos volvemos monotemáticas y aburridas". A esta altura creo que tiene razón. La otra vive cerca y es una de las personas con quien más me siento acompañada en el oficio de ser mamá.
Mis mamás amigas son esas mujeres que conocí ya siendo madre, son compañeras de trabajo o mamás de compañeritos de Dani con quienes me llevo muy bien y puedo socializar -hijos de por medio. Puede que en un futuro las considere amigas a secas, así nomás. El tiempo lo dirá. 
Y además, están todos mis otros amigos, los que no tienen hijos, a los que sigo adorando como siempre. Adoro compartir ratos con ellos cuando mi marido puede quedarse un poco con los chicos, me encanta que vengan a casa aunque Dani acapare la atención y pretenda someterlos a todos a largas sesiones de juegos de la oca o lotería de animales. A ellos es a quienes más extraño, en cantidad de tiempo que compartíamos y en el que compartimos en la actualidad.

Ojo, de ninguna manera responsabilizo de esto a mis amigos. Todos ellos son muy cariñosos con mis hijos, siempre están dispuestos a adaptarse a mis horarios, que son muy diferentes a los de ellos (y a los que yo solía tener), se interesan por mis cosas y las de los chicos. No por no tener hijos son "antiniños" (que en otros círculos de amigos sé que los hay), y si alguno lo fuera, lo disimula muy bien. Simplemente, no puedo evitar, al estar con ellos, retrotraerme a mi "antigua yo", dejar un poco de lado a la mamá.
Lo que, en realidad, ¡es bastante saludable! Desde que me convertí en mamá, y más aún desde que soy mamá por partida doble, siento que la maternidad arrasó en mi vida como si se tratara de un huracán, que se lleva puesto todo y que deja las cosas patas para arriba. No veo que a ninguno de mis amigos le moleste eso de mí, pero sí reconozco que no sé muy bien cómo explicarles que no me siento la misma persona, que me siento cambiada, transformada... ¿Ejemplo? A mi hijita la pongo en el celular para que les grabe un audio hermoso a sus compañeritos de jardín expresando cariño y dulzura. A mis amigos les sigo mandando otro tipo de mensajes.
Como este.























El tema es que, finalmente, conversar con mis amigos, juntarme a jugar rol o a ir al cine, hasta tomar unos mates en casa mientras mis hijos revolotean alrededor y yo pretendo hacer de cuenta que no me roban la atención... en este momento me parecen "escapadas" de mi ser como madre. Siento como si, por un ratito, pudiera ser simplemente Mariana, como antes. Visitar mi antigua vida, cosa que a veces me produce muchísima nostalgia. Y por eso, supongo, me da un poco de culpa: culpa por extrañar cómo era mi vida sin mis hijos, culpa por quitarles algo de mi tiempo y de mi energía.
Hablando de energía, ¡tengo poca! Y sé que la amistad no puede cargarse sobre un solo costado: no puedo someter a mis amigos a largas sesiones de quejas (eh, para eso están los blogs, guiño guiño). Y reconozco que tengo menos disposición para escuchar y para acompañar. Solo lo que mis hijos me dejan de sobra, que no es demasiado.
También me veo menos por la razón de que muchas de las amistades son compartidas con mi marido. Nos encantaba salir de a 4 o de a 6 con otras parejas. Y ahora, por una vez que conseguimos dejar a los chicos con alguien (habrán sido unas... ¿dos veces en el último año?) privilegiamos salir solos.
La lotería de animales NO ES NEGOCIABLE.
Sé que también nos vemos menos con nuestros amigos a los 35 que a los 20 por las responsabilidades propias de la vida de cada uno -los hijos, principalmente, en mi caso, pero también mi escritura, sus carreras académicas, nuestros respectivos trabajos, nuestras parejas, nuestras familias de origen a quienes a veces ahora toca cuidar... Sé que son muy pocos aquellos de mis amigos que siguen saliendo hasta las 3 o 4 de la mañana los fines de semana, que la edad nos afecta a todos. Y no es que me gustaría volver a esa vida permanentemente... aunque sí de vez en cuando. Y no puedo: ahora soy con mis hijos. No hay vuelta atrás.
Entonces, ahí está: la escisión entre "Mariana mamá" y "Mariana, a secas" la que ellos conocen. Al menos, para mí, la maternidad y la amistad no resultan tan sencillas de compatibilizar cuando siento que necesariamente una le roba momentos y espacios a la otra.

¿Será permanente esta sensación de estar partida al medio? ¿O será algo propio de las que tenemos hijos chiquitos, a los que cuesta dejar al cuidado de otras personas, y todo volverá a acomodarse dentro de unos años?
Quiero pensar que, cuando el "huracán maternidad" se convierta en una lluvia apacible de primavera, mis amigos seguirán allí, en algún lado, esperándome para volver a pasar juntos largas tardes sin que yo esté pendiente del reloj, para ir al cine sin ponerse de acuerdo 17 fines de semana antes, para compartir unos mates y charlar sobre la actualidad del país, nuestro propósito en la vida y, obviamente, sobre los últimos capítulos de Game of Thrones...

domingo, 9 de julio de 2017

Tus segundos 9 meses

Cuando mi bebé cumplió su primer mes, me alegré de que ya no calificara como "recién nacido", de que si le hubiera subido fiebre por cualquier cosa ya no se hubiera ligado una internación. Cuando cumplió los 6 meses, me puso contenta que ya pudiera comer y que tuviera medio año (a Dani hasta le hicimos una pequeña fiestita, pero con Quiqui no se dio, es el segundo, bueh). 
Y mañana, mi chiquito cumple 9 meses. Me parece un número importante: significa que ya vivió tanto tiempo fuera de mi panza como dentro de ella. 
Acá tenía solo 4 días
y sonreía dormido.
Laura Gutman, una autora con la que me peleo bastante, dice que puede considerarse este tiempo como una "gestación extrauterina": "Recién a los nueve meses de edad [el bebé] tiene un desarrollo similar al de otros mamíferos a pocos días de haber nacido"(1). Hasta ese momento, dice, lo que hay entre el bebé y su mamá es una fusión. El bebé debería estar a upa de su mamá prácticamente todo el día: dormir con ella, ser alimentado a demanda, que se le hable, se lo mire exclusivamente...
Reconozco que con Quiqui no pude estar tanto o tan exclusivamente como yo hubiera querido. Tuvo que comenzar el jardín maternal a los 5 meses y desde que nació, comparte mi atención con su hermanita mayor, que por estos días está más celosa que cuando el gordo nació. Pero sí soy una mamá bastante apegada, y creo que en cierto sentido Quiqui viene siendo un privilegiado: esta segunda vez, con él, no me cuestioné dar la teta a demanda, colechar en algunas -varias- oportunidades o portear. 
Siento que todo lo que NO pude conectarme con mi bebé durante el embarazo (que viví con bastante estrés, principalmente porque hubo dos mudanzas en esos meses) sí logré vincularme en estos segundos 9 meses. Lo entiendo mucho más de lo que conseguía entender a su hermanita. Estoy más tranquila cuando llora o cuando se enferma. Me afecta el sueño perdido (claro que sí) pero bastante menos que en mi primera maternidad. Quiqui es afortunado porque su hermana mayor en muchas cosas allanó el camino para que su primera infancia sea más fácil.
Y recién está empezando
a vivir sus primera aventuras...
En estos 9 meses disfruté muchísimo de verlo crecer, de convertirse en un recién nacido panchito y dormilón que sonreía en sueños a ser un gordo morfable que escala los muebles, quiere caminar ya mismo y contempla embelesado a Dani y todas sus payasadas. Gatea por toda la casa y nos sigue a todas partes como un perrito. Se ríe a carcajadas y juega a esconderse y a derribar torres de cubos gritando como un pajarito. Siente con intensidad todas las emociones: la alegría, sobre todo, pero también el enojo y la frustración... por estos días, está en pleno desarrollo de la angustia de separación, y me lo demuestra cuando nos reencontramos después de haber pasado cada uno en su colegio toda la mañana.
Me llena de orgullo verlo convertido en un bebote que come sus comidas, que puede dormirse con el papá además de conmigo y pasar buena parte de la noche en su cunita, en el dormitorio que comparte con su hermana mayor. Y me derrito ante sus intentos por hablar (que, calculo, en menos de lo que me imagine darán sus frutos).
Agradezco que en estos segundos 9 meses pude vincularme con este hijo y amarlo como se merece, disfrutar de este período de "fusión mamá-bebé" y darle la suficiente confianza como para que, de a poco, vayamos comenzando un despegue. Él quiere explorar el mundo. Yo tengo que hacer ahora el esfuerzo para poder soltarlo y dejarlo crecer. ¡Aún sabiendo que no va a ser un bebé por mucho tiempo más!

Te amo tanto, hijo... ¡Gracias por cada día que nos toca compartir!

(1) Gutman, L. La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Editorial Del Nuevo Extremo: Buenos Aires, 2012. Página 109.