¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

sábado, 28 de octubre de 2017

Querer darles lo mejor

Me lo dijo alguien que fue padre poco antes de que yo fuera madre: "vas a ver que cuando nazca tu hijo, vas a querer darle todo lo mejor". Lo dicen las publicidades de mayonesa, de leche de fórmula, de productos de limpieza. Es una de esas frases hechas que aparecen en los foros y en los libros sobre maternidad y que repetimos sin cuestionarnos demasiado si son ciertas o no.
No se asusten, no me voy a poner en rebelde y sostener que NO, que a los hijos NO hay que darles lo mejor, de lo mediocre es más que suficiente para que se vayan acostumbrando a este mundo de mierda difícil... Yo también creo que, como mamás, como papás, tenemos que intentar darles lo mejor de nosotros.

Lo que pasa es que:
1) No todos tenemos la misma idea de qué significa lo mejor. 
2) Lo que sabemos o pensamos que sería lo mejor a veces no es lo posible. 
3) Nuestros hijos pueden no estar de acuerdo con nuestro criterio.
y 4) Lo que a veces es, de verdad, lo mejor para nuestros hijos, no es lo mejor para nosotros. Y acá la maternidad y la paternidad pueden ponerse complicadas.

1) Empecé citando a ese papá conocido mío porque, justamente, muchas veces las ideas que él y yo podemos tener de crianza difieren de manera drástica. No me pasa solo con esta persona: ocurre con tantos otros padres y madres con los que uno se cruza en la vida, así como con otros podemos coincidir en mucho -y esto no implica que necesariamente tengamos razón. Las ideas que tenemos sobre qué necesitan nuestros hijos, cómo criarlos para el mundo, cómo hacerlos felices y cómo formarlos para que sean buenas personas no siempre coinciden, más allá de que todos estemos de acuerdo en el amor que sentimos hacia ellos. 
¡Obvio! Existen diferentes estilos de crianza y una puede identificarse más o menos con uno u otro. Hay distintas formas de manejar ciertas situaciones, desde la alimentación hasta los límites, pasando por los juguetes que elegimos (o no) comprar, la manera en la que festejamos los cumpleaños y la escuela en la que los inscribimos. Y yo que creía tener las cosas muy claras antes de ser mamá. Algunos criterios pude respetarlos con mis hijos; en otras cosas, la vida me dio vuelta como una media y terminé haciendo lo contrario de lo que hubiera pensado. Hoy de lo único que estoy segura es de que no existen recetas perfectas y universales que funcionen con todos los chicos ni para todas las familias.
Porque además, lo que te sirve para un hijo, puede que no te funcione con el siguiente. Ya expuse hace unas semanas que es imposible tratar a dos hijos por igual simplemente porque uno la segunda vuelta no es la misma persona que solía ser.
Esto en principio no tendría que ser un problema si hay respeto y aceptación de que se pueden tener diferentes criterios. ¿Qué pasa si mi mejor amiga solo alimenta a sus hijos con comida orgánica, y yo cada tanto a los míos les preparo panchos? No debería pasar nada. El problema surge cuando juzgamos a otros (a otras mamás, sobre todo) muy duramente. O nos juzgan. Otro problema mayor es cuando la persona con la que diferimos respecto a cómo criar mejor a nuestros hijos es... el otro progenitor.

2) Puede que todos estemos de acuerdo en que la lactancia materna es el alimento más saludable y completo para un bebé. Una mujer que ha tenido problemas para dar el pecho puede estar de acuerdo con esta afirmación, y para lo único que le sirve es para sentirse culpable por no "dar lo mejor". A mí me pasa con el tema del jardín maternal: entiendo que mi bebé de un año se enferma con mucha frecuencia, en gran medida, porque está muy expuesto a los virus de sus compañeritos -a quienes él mismo contagia, a su vez. Tal vez lo mejor no sea que los bebés vayan desde tan chiquitos a una guardería, sino que se queden en casa. Esa alternativa no la tuve ni la tengo. Entonces, acá se trata de aceptar que "lo mejor" se convierta en "lo mejor posible".

3) Acá se juega el tema de los límites. Por citar un ejemplo, puede que mi hija crea que lo mejor que le puede pasar esa tarde es pasarse 3 horas mirando Peppa Pig. Yo sé que lo mejor es limitarle la televisión y sacarla a dar una vuelta al aire libre. Y sé que también es bueno para ella crecer con límites claros. Pero antes de llegar a la plaza, puede que me ligue un llanto y un "mala mami" (después la pasa bárbaro en las hamacas, claro).
El problema es cuando los padres estamos tan cerrados en lo que creemos que nuestros hijos necesitan que no nos paramos a escucharlos y a estar atentos a las necesidades que ellos mismos nos están expresando. Puede que a veces creamos que trabajar muchas horas para tener más dinero y comprar esos pasajes para ir a Disney, para pagar la mejor prepaga o para comprarles zapatillas con luces sea darles lo mejor a nuestros hijos. Pero, ¿qué pasa con las horas, días, meses, que dejamos de sentarnos a jugar con ellos por estar demasiado obsesionados con el trabajo? ¿Qué pasa cuando vienen a mostrarnos un dibujo que hicieron, o a contarnos algo que les pasó en el colegio, y nosotros no les prestamos atención por estar con la cabeza en otra parte?

4) Durante siglos la maternidad se apoyó en el paradigma de la madre abnegada que se saca la comida de la boca con tal de alimentar a sus retoños. La maternidad y el sacrificio fueron usados como sinónimos. Hoy en día por suerte, feminismo mediante, nos animamos a cuestionar esta representación. Y sí, a veces las necesidades de nuestros hijos chocan con las nuestras. Se me ocurre un ejemplo chiquitito: mi hijo de un año se queda dormido -después de un largo rato de llanto- con la cabeza apoyada en mi brazo. Pesa mucho, la mano se me está durmiendo. ¿Saco el brazo, arriesgándome a que se despierte, justo ahora que está tan cómodo?
Volviendo al caso de la lactancia, hay mujeres que tienen leche, sí, pero que no se sienten cómodas amamantando. Que les duele, que les molesta. ¿De verdad es lo mejor para el bebé tener una mamá que le da el pecho angustiada, molesta, solo por culpa? ¿No es preferible alcanzar un equilibrio y tener una alimentación con fórmula pero en manos de personas que se sienten felices y a gusto con este método?
Otro ejemplo. Puede que lo mejor para mis hijos sea tenerme a la hora de dormir todas y cada una de las noches leyéndoles un cuento. La rutina es muy importante para los chicos, y así descansan mucho mejor. Pero alguna vez puede que yo decida salir a comer afuera con mi marido y los deje con otra persona (no pasa seguido, pero espero que cuando crezcan sea más frecuente).
Son estas situaciones que nos hacen cuestionar qué es realmente lo mejor. Por supuesto, no puedo sentirme bien si sé que mis hijos están mal: si mi bebé está con fiebre, no se me ocurre privilegiar mi necesidad de dormir en lugar de desvelarme poniéndole paños fríos en la frente. Si mi hija está llorando porque se peleó con un amiguito no me molesta interrumpir la lectura de una novela justo en la mejor parte. Pero cada vez estoy más convencida de que no puedo ser buena mamá si no estoy bien, primero, conmigo misma. Y esto necesariamente implica que a veces haya que hacer algunas concesiones.

Todos queremos lo mejor para nuestros hijos. Pero, ¿qué es lo mejor? Lo mejor, ¿es lo mejor posible? ¿Qué necesitan de verdad nuestros hijos y qué creen que necesitan? ¿Qué necesidades nuestras estamos dispuestos a dejar de lado, y cuáles en cambio son irrenunciables? ¿Verdad que no es fácil?

domingo, 15 de octubre de 2017

¿Cuándo dejan de ser bebés?

Esta semana que pasó, mi pequeño Quiqui cumplió un año. Sé que suena a frase hecha, pero no puedo dejar de escribirla: pasó volando. La ficha me cayó, cosa curiosa, cuando me apareció su foto de recién nacido entre mis recuerdos del Facebook. Estoy acostumbrada a ver fotos de Dani de bebé, pero que ya salga él, que todavía me parece tan novedoso, ¡eso fue una sorpresa!
En cualquier momento nos pide las llaves del auto.
Una página de maternidad a la que visito con frecuencia, Babycenter, esta semana dejó de designarlo como mi "bebé" y ya habla de "tu hijo de un año". Esto no es casualidad: en inglés a esta edad ya empiezan a designarlos con una palabra diferente, toddler, que se traduce a veces como "tentetieso" (horrible, lo sé). Quiqui está en esa edad en la que con pasitos tambaleantes, y todavía tomado de la mano o agarrándose de un mueble, comienza a explorar el mundo. Pero no me cabe duda de que sigue siendo un bebé. Toma la teta con voracidad, se despierta de noche, llora bastante cuando quiere decirnos algo, todavía no aprende a hablar...
¿Cuándo exactamente dejan de ser bebés? ¿Es este pasaje algo marcado por algún hito, como dejar los pañales? Dani los dejó bastante grande, casi a los tres. Por entonces ya hablaba muy claramente, no usaba más chupete, comía las mismas comidas que nosotros, iba al jardín y algunas veces se había quedado a dormir en lo de la abuela. Claramente dejó de ser bebé antes. Lo que no sé es cuándo.
Tenía dos años: su pelo largo dice "nena" pero
sus cachetes morfables siguen siendo de bebé...
Mi propia mamá me cuenta que yo al año ya hablaba. Que la gente se quedaba mirándome asombrada porque por mi cabecita pelada todavía parecía muy chiquita, pero de pronto me escuchaban parlotear y tenían enfrente a una enana de edad indescifrable. No es el caso de Quiqui, peladito y con balbuceos bien de bebé.
Hay madres que no quieren que sus hijos menores dejen esta edad nunca, porque les da nostalgia. No es mi caso. Adoro a los bebés, pero los nenes chiquitos también me parecen adorables, y son un poco más fáciles. Mi relación con Dani mejoró drásticamente cuando ella aprendió a decirme lo que le pasaba. Y si bien disfruté más de este primer año en mi segunda maternidad, una parte mía dice "ya está, ya fue suficiente". Visité una exposición el otro día donde vendían una inmensa cantidad de merchandising para mamás y bebés, y me di cuenta de que Quiqui y yo ya no somos público. De que no necesitamos ni un nuevo cochecito, ni sillas especiales, ni muebles pequeños, que mucha de la ropa de bebé ya no viene en talles para mi chiquito tamaño jumbo, que sé que muchos de esos productos para la maternidad son inútiles y no facilitan nada. O son muy bonitos, pero prescindibles. O son muy necesarios en los primeros meses, pero esa etapa ya la pasamos. Y no creo que me toque volver a pasarla.
Ser mamá de estos dos bebés me marcó definitivamente. Es una etapa que, no aún, pero pronto, va a cerrarse. No importa. Lo viví, me lo llevo puesto.
Y lo más importante: sigo siendo mamá. Lo seré toda la vida.

sábado, 7 de octubre de 2017

Instrucciones para dormir al bebé

Con mis alumnos de 7º grado estamos leyendo fragmentos de Historias de Cronopios y de Famas, entre ellos el famoso manual de instrucciones que propone Cortázar. No es la primera vez que juego a emular a este escritor. Me divertí mucho acompañando a los chicos en clase y escribiendo yo también un texto de este estilo. Con una sonrisa y sin más pretensiones lo comparto con ustedes:

Es sabido por todos que los bebés duermen excelentemente bien en cualquier momento y lugar. Con la obvia salvedad de las horas de la noche y su propia cuna. Entonces, para persuadirlo, usted deberá emplear toda su astucia e inteligencia -que nunca serán mayores a las de ese enano maquiavélico que lo contempla a medianoche con los ojitos abiertos de par en par y una sonrisa aún desdentada.
Para dormir a su bebé, comience por ponerle un pañal limpio -que, indefectiblemente, se mojará y se filtrará despertando al infante en algún momento entre las 2:30 y las 5 de la madrugada, más allá de la bonita publicidad que asegura "noches de sueño de hasta 12 horas". Cuando termine de abrochar el pañal (cosa que requiere mínimo tres intentos) procure introducir al niño en una de esas condenadas prendas de vestir diseñadas para inducir el sueño, vulgarmente conocidas como "piyamita" y que solo consigue producir en el bebé un ataque de cosquillas en el mejor de los casos, y un brote severo de urticaria en el peor.
Con la luz apagada, proceda a alimentar al bebé, bien con su propio pecho -para lo cual usted debería a este punto ser mujer, preferentemente una madre o una nodriza-, bien con ese sustituto materno de material plástico conocido como mamadera, no confundir con un chupete pues es vox populi que este último "entretiene pero no alimenta".
El bebé satisfecho debería estar al menos adormilado. Momento en el cual usted aprovechará para colocarlo suavemente en la cuna, y salir con cuidado de la habitación. Por "cuidado" nos referimos que emule la manera en la que el mejor agente del escuadrón antibombas del FBI desactivaría un paquete sospechoso escrito con caracteres árabes. A este punto usted podría caer en la ingenuidad de creer cumplida la misión de dormir al niño, pero pronto esta tonta creencia será desmentida por un berrido de marrano procedente del otro lado de la puerta del cuarto. Prueba indefectible de que el chico se despertó, o de que nos estuvo tomando el pelo.
No lo deje llorar a no ser que quiera hacerse responsable por un severo trauma emocional en el futuro del niño. Tómelo en brazos, cántele, consuélelo, colóquelo una vez más en la cuna y vuelva a salir. Cuando lo escuche llorar otra vez, repita este procedimiento. Así, hasta que el bebé caiga rendido -o usted, lo que ocurra primero.