¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

A mis 37

A mis 37 aprendí...

- Que no hay nada más hermoso que dormir abrazada a tus hijos... por un ratito. Y que después puedan dormir tranquilos en su cama.
- Que siempre vale la pena acompañar al amor de tu vida en sus proyectos.
- Que hay heridas que dejan cicatrices, que hay abandonos y ausencias que siguen doliendo, por más psicoanálisis que le pongamos.
- Que ser feminista no solamente no es una postura extrema, sino que es la postura más saludable para criar tanto a mi hija como a mi hijo. Que es la única postura que no se pone del lado del opresor en un mundo tan injusto.
- Que ya no tengo por qué quedarme callada y dejar que en redes sociales me incomoden personas con las que no me tomaría un café fuera de la pantalla.
Que dos personas nunca ven exactamente el mismo arco iris.
- Que alguien a quien considerabas tu amiga puede traicionarte, y esto puede lastimarte más que un exnovio.
- Que es posible que me paguen bien por estudiar y aprender cosas nuevas acerca de lo que me gusta. Que de verdad soy buena escribiendo y que no tengo que guardar la falsa modestia (¡hay tantas otras cosas que no sé hacer bien!).
- Que hay algunos grupos de alumnos que te reconcilian con la profesión docente y que te hacen dar gracias a tu suerte cada vez que te toca entrar al aula a darles clase. Que podés aprender de ellos tanto o más que ellos de vos.
- Que me cuestan las transiciones y los finales de una etapa, ya sea propia o de mis chiquitos (bah, esto ya lo sabía desde hace rato).
- Que me cuesta escribir la palabra "transiciones" :P
- Que BoJack Horseman es alto programa.
- Que el tin whistle es un gran instrumento musical y que la música popular irlandesa es bellísima.
- Que una noche sin poder conciliar el sueño no es tan grave si te la pasás escribiendo.

Feliz cumpleaños a mí :)

sábado, 15 de diciembre de 2018

Los mejores libros de 2018

¡No, Netflix no pudo aniquilar mi voracidad lectora! Igual que hice el año pasado, en esta entrada voy a recopilar algunas de las lecturas que hicieron de mi año un mejor año. Este 2018 mis lecturas tendieron a seguir ciertos recorridos -feminismo, principalmente, pero también revisité algunos clásicos, como mi amor por Japón, y recogí la posta de la literatura para jóvenes adultos de la mano de mis alumnes. Aquí les dejo mis principales recomendados, recordándoles que el único criterio de este "ranking" es enumerar libros de los que disfruté mucho, sin pretensiones de orden ni sin que sean necesariamente novedades editoriales.

Mala feminista, de Roxane Gay: Este fue definitivamente el año en el que abracé al feminismo, lo adopté como bandera y decidí identificarme como tal de una vez y para siempre. Tardé en hacerlo porque en realidad hasta hace poco no comprendía bien el significado y los alcances del término. Este libro de divertidos ensayos de la escritora haitiana-americana Roxane Gay me ayudó a comprenderlo. Yo también me siento una "feminista imperfecta" a veces, pero prefiero ser imperfecta y aún así, feminista al fin.

Todos deberíamos ser feministas, de Chimamanda Ngozi Adichie: Siguiendo por mi recorrido de lecturas, este breve texto -que se aprecia mejor como conferencia- terminó de convencerme de la importancia de abrazar esta política, de que ser feminista es necesario en un mundo tan injusto y desigual, y de que también los hombres pueden identificarse como tales si hacen un poquito de esfuerzo por ponerse en el lugar del otro.

Así es la música, de John Powell: Otra temática que me atravesó en 2008 fue mi redescubrimiento de la música como material de investigación y exploración. A partir de este excelente texto de divulgación, escrito por un compositor que es además físico, pude escuchar una enorme cantidad de piezas muy variadas comprendiéndolas mejor. Y lo que es más importante, me inspiró para aprender a tocar yo también un nuevo instrumento, mi querido tin whistle irlandés.

Los desposeídos, de Ursula K. LeGuin: Al feminismo no solo se llega a través de ensayos. Esta increíble novela, considerada la obra maestra de la aclamada escritora estadounidense, cuenta una historia impresionante de un científico que se exilia a una civilización que su pueblo abandonó hace siglos. La novela se cuestiona sobre temáticas tales como el capitalismo y el socialismo, los roles de género, las relaciones de pareja y la ecología. Todo, escrito con un lenguaje lleno de poesía y belleza.

Botchan, de Natsume Soseki: Una de mis pasiones desde hace años es la literatura japonesa. Esta divertida novela relata las experiencias del escritor japonés cuando ejerció como docente en una ciudad provinciana. El relato está lleno de humor, descripciones de los alumnos que no pudieron sino hacerme sonreir, y ciertas dosis justas de ternura.

Hojas que caen sobre otras hojas, de Miguel Sardegna: ¿Puede un libro escrito por un argentino transportarnos también a la cultura japonesa? Si alguien puede, ese es Miguel Sardegna, quien en este puñado de cuentos recrea con maestría el ritmo narrativo de sus admirados autores nipones. Textos breves, bellos, sencillos y ricos al mismo tiempo.

Cartas de amor a los muertos, de Ava Dellaira: Una novelita juvenil que me recomendaron mis alumnas de séptimo grado. No digo que sea una obra maestra, pero está bien escrita, narrando de manera epistolar la triste historia de una adolescente que intenta atravesar el duelo por la trágica muerte de su hermana y para eso, se inspira escribiendo cartas a estrellas que murieron en la flor de la juventud, como Kurt Cobain, River Phoenix o Judy Garland.

Fun Home, de Alison Bechdel: No puede faltar en mis lecturas una buena dosis de novelas gráficas. Y di con este por casualidad, porque me encargaron su análisis para un trabajo. Es una historia conmovedora sobre una hija, su padre, y las cosas que entre ellos no llegaron a decirse. Una novela sobre la autoaceptación, la homosexualidad, la muerte y, sobre todo, la literatura.

Elisa, la rosa inesperada, de Liliana Bodoc: Este año se llevó a una de mis escritoras preferidas, de quien no solo conservo hermosas lecturas sino que también supo ser mi maestra en un inolvidable taller literario. Liliana inspiraba con su grandeza y con su humildad, y creo que si soy la docente que soy se lo debo en buena medida a su influencia. Me produjo muchísima tristeza su muerte, pero aproveché el impulso para recorrer obras literarias suyas que todavía no había leído. Esta es la última novela que escribió, poco tiempo antes de partir.

Tan cerca en todo momento siempre, de Joyce Carol Oates: Uno de los últimos libros que leí este año, y uno de los que más me impactó. Cuatro nouvelles que exploran los límites de las relaciones humanas: ¿es posible seguir hablando de amor cuando duele, cuando hay maltrato, cuando nos priva de la libertad de ser quienes somos? Leer este libro después de haber recorrido todos los títulos sobre feminismo (algunos mencionados más arriba) me ayudó a entenderlo y a valorarlo de otra manera. 

¿Conocían los títulos que tanto me gustaron? Aprovechen los comentarios para sugerirme nuevas lecturas para 2019, aunque ya tengo una enorme pila de libros por leer esperando que empiecen mis vacaciones.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Mi pena


Ésa es tu pena. Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras
y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no
vuelven.
Colócala a la altura de tus ojos
y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,
o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,
o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.
Si observas a trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.
Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,
un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del
reverso del cielo.
Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama
y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.
No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;
sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de
olvido.
Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.
No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,
aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.
No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.
Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:
sepúltala en tu pecho hasta el final,
hasta la empuñadura.

Olga Orozco
En el revés del cielo (1987) 

Te tuve y no te tuve. Te tengo, y no te tengo. Te quiero como a nadie, y a la vez es poco lo que te conozco. Puedo contar con los dedos de una mano los momentos importantes de mi vida en los que estuviste presente. Me hiciste tanta falta.
La ausencia que siento hoy, adulta, lo sé, es el vacío que dejaste en aquella chiquita. Me faltaste desde muy temprano. Te busqué en todas partes. Al ir creciendo busqué sustituirte. Elegí buscar, consciente o inconscientemente, algunos -pocos- rasgos que me recordaran a los tuyos, como el amor por la música.
Y comprendí que siendo hija aprendí a ser madre antes de tiempo y de manera incompleta y fragmentaria. Tratando de cuidarte, en realidad buscaba que fueras vos quien me cuidara.
¿Cómo sería yo, cómo sería mi vida, si no hubieras estado ausente? ¿Sería yo lo suficientemente fuerte si hubiera contado con tu sostén incondicional? ¿Habría encontrado un compañero en quien apoyarme si a todos los hubiera comparado con un modelo ideal, en lugar del cuadro incompleto que me tocó tener?
Así soy. Así resulté. Y no quiero ni me imagino siendo otra. Aprendí a desconfiar, a temerle a las despedidas y a las transiciones. Aprendí a odiar los aeropuertos (y paradójicamente a amar los viajes). Me descubro aún hoy leyendo un libro pensando si te lo puedo recomendar. Adoro aprender datos sobre ciencias y sentir que me acercan a vos. Me siento orgullosa de mis logros, en especial si sé que te enorgullecen también, así sea a la distancia.

Esta, me dijo una vez una analista, es mi historia de amor. A veces siento que es un amor imposible, no correspondido. Siempre me quisiste, nunca fui lo suficientemente importante como para que permanecieras cerca de mí. Esta es mi pena.

Gracias, querida Lili, por haberme ayudado a hacer catarsis con este texto, que hoy siento vigente como nunca. Besos celestiales.

sábado, 24 de noviembre de 2018

Estar bien para ellos y para mí

No vengo escribiendo últimamente. O como suelo decir, a veces la escritura profesional se fagocita a la escritura creativa. No me puedo quejar, he estado con bastante trabajo. A veces más de lo que puedo manejar, y fue el caso de esta semana: después de habernos dado el lujo de tomarnos tres días de vacaciones familiares en la playa, llegamos y el gordo se enfermó. Tuvo una fiebre altísima, le llegó a más de 40º, cosa que me aterrorizó por más que la pediatra diga que no es grave de por sí. Estuvo 4-5 días mal, y recién hoy está un poco mejor.
Pero esta, para mí fue una semana perdida, al menos laboralmente. No me podía concentrar, además de que dediqué mucho tiempo a ponerle paños fríos, tenerlo a upa y llevarlo a controles médicos. Las noches sin dormir, los pendientes atrasados, y ocuparnos -al menos un poco- de nuestra hija mayor nos dejó agotados a ambos. Las enfermedades, ya lo he dicho, sacan lo peor de mí. Pero cuando tenés hijos a tu cargo, y más cuando es alguno de ellos quien se siente mal, no podés permitirte estar mal vos.
Ha sido un año bastante difícil en algunos aspectos. Hay momentos en los que puedo enfocarme en la gratitud por todas las cosas buenas que tengo en la vida. Y hay veces en las que me dejo llevar por la ansiedad y me siento desesperanzada, agotada, y no está bueno. Y otras veces me desquito con Javi, que se banca todas hasta cierto punto, pero que cree que a mí a veces es mejor no decirme nada. Y el diálogo se enfría, la casa se pone tensa. No está bueno porque la infancia de mis nenes se pasa rápido y quiero disfrutarla a pleno, porque ellos se merecen que yo sea, o al menos trate de ser, la mejor versión de mí que me resulte posible día a día. Y yo también me lo merezco.

Tengo que encontrar maneras de estar bien para ellos y estar bien para mí.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Edipito

Hay un varón alto, de ojos café y escasa cabellera que me mira con devoción. Que quiere dormirse a mi lado cada noche, y que se aferra a mi abrazo para no soltarlo. Cada vez que me ve, me hace saber que sí, que soy la mujer de su vida, que no hay otra tan hermosa ni tan perfecta como yo, y que me va a amar con toda su alma hasta el fin de los tiempos. Y que nada ni nadie podrá interponerse nunca entre nosotros.

Estoy hablando, claro, de mi hijo de dos años.
Lo único quele gusta más que su mamá
son los autos y otros vehículos.
No se me despega, es normal verlo agarrado de mi falda, se sube a upa mío cuando estamos viendo tele o cuando comemos -y ay de mí si quiero cortar la comida tranquila, ¡la sugerencia de sentarse en una silla a mi lado le resulta casi ofensiva! Por la calle ya no usa cochecito, pero muchas veces es difícil convencerlo de que camine porque quiere que lo lleve en brazos -y yo, yo sola, jamás el padre. Cuando finalmente lo convencemos, me dice "NANO" y me agarra de la mano. Llora desesperadamente cuando se da cuenta de que algunas mañanas no seré yo la encargada de llevarlo al jardín, o algunas noches cuando no me toca llevarlo a dormir (nos turnamos con el papá). Por estos días, Quiqui parece estar en pleno auge del conocido Complejo de Edipo. Está "mamero" y "pegote" en criollo, vamos. 

A Dani y a PapiReloaded a veces los desconcierta. Dani me reclama también "¡Pero si vos te sentaste con él en el desayuno! Ahora te toca conmigo". Y el pobre padre lo tolera con mucha paciencia, pero reconoce sentirse un poco rechazado, y que con Dani no le tocó pasarlo. 
Yo, por un lado, a veces me siento abrumada con el nivel de demanda permanente de este chiquito mío, sobre todo de noche. Ya veníamos durmiendo mejor y de nuevo volvió a despertarse seguido. Y cuando va el padre, le arma tremendo escandalete.
Pero, por otro lado, me encanta sentirme tan especial para él, tan querida y tan necesitada. Sé que es una etapa pasajera, que dentro de unos añitos mamá será esa señora ya medio vieja que lo avergüenza  delante de sus amigos cuando lo pasa a buscar por el cole. En el mejor de los casos, seré esa mamá todavía linda que genera comentarios inadecuados por parte de sus amigos, pero de cualquier manera le voy a dar vergüenza... 
Mejor disfrutarlo ahora que se pone contento como nadie al verme llegar. Mejor juego mucho con él ahora que sí quiere jugar conmigo. Cuando juegue en línea al Fortnight 7.0 dentro de unos años con sus amigos de la Generación Alfa, le voy a parecer de la prehistoria.

jueves, 27 de septiembre de 2018

Colecho sí, colecho no...

Suelo decirle a Dani que ella me enseñó a ser mamá. Y le doy las gracias. Son muchísimas las experiencias que capitalizo de mi primera maternidad y que me enriquecen, me hacen mejor persona y me ayudan a crecer. Pero no solamente aprendo de las cosas que hago bien, sino también de los errores -por eso sostengo que ser mamá de dos me ha hecho mejor mamá, que desde que tengo a Quiqui siento que Dani también se ha beneficiado.
Tengo mil versiones de esta foto con el gordo.
Mi segunda maternidad viene siendo más relajada, más tranquila (no siempre, pero bueno, si miramos el panorama, me entienden...). Dos cosas que me cambiaron para bien siendo mamá del gordo fueron el porteo y el colecho. De lo primero tal vez hablaré en otra ocasión, fue hermoso aunque breve. El colecho es algo que todavía practicamos, aunque ahora de forma ocasional.

En mi infancia, no recuerdo haber dormido una sola noche en la cama de mis padres. Ni siquiera cuando se separaron y mamá se quedó sola con nostras chiquitas. Ella siempre sostuvo que el dormitorio de los grandes era para los grandes, y el de los chicos, para los chicos. Tal vez haya sido un poco rígida mi mamá en ese aspecto, pero no era en absoluto la única que pensaba así: hasta hace pocos años, el colecho estaba mal visto en general.  Era algo que sucedía, pero que se guardaba en secreto. Todavía recuerdo cuando para una materia de la facultad me tocó analizar esta nota periodística que hoy, varios años después de Carlos González, Rosa Jové y otros defensores que instauraron la crianza con apego, parece de la prehistoria.
Una de las pocas que tengo colechando con Dani.
Posiblemente por mi propia experiencia infantil, cuando Dani nació creí tener bien en claro que ella debía dormir en su propio moisés, y lo antes posible, en su propio cuarto. La única concesión que hice fue con las siestas: obvio, como cualquier bebé, ¡ella quería dormir con su mamá! Por las tardes, si no era a upa, no dormía. Por las noches, fue una lucha conseguir que conciliara el sueño sola -si bien tengo el consuelo de pensar que nunca usamos el terrible método Estivill ni la dejamos llorando. Cuando, con dos añitos y medio, se pasaba a nuestra cama, con paciencia la llevábamos de nuevo a su cuarto. Las pocas noches que pasé con ella fueron cuando estaba con ataques de tos, y nadie me quita de la cabeza que hay algo psicológico en este mecanismo. Todavía hoy, con cinco años y medio, cuando tiene uno de esos ataques el mejor remedio es irme a dormir con ella (aunque ya casi no quepo en su cama y Dani misma me reconoce que está incómoda).
Con Quiqui, todo fue diferente. Para empezar, ya en la maternidad donde nació me alentaron a que le permitiera dormir boca abajo sobre mi pecho (el único lugar donde es seguro que un bebé recién nacido duerma en esa posición). "¿Por qué insistís en dejarlo en la cuna? Lo natural es que quiera dormirse pegado a vos", me dijo una enfermera, que no se habrá imaginado que me estaba cambiando la cabeza y dando un giro de 180º a mis noches de puerperio. Y así fue como con Papi Reloaded nos resignamos a compartir no solo el cuarto, sino muchas noches, también la cama. Y obvio, se hizo costumbre.
Siesta de hermanos, ¿adivinen en qué cama?
No sé si "abrazamos el colecho con entusiasmo" sería la expresión más acertada. Yo hablaría más bien de una dulce resignación a tener al "intruso" por lo menos media noche hecho una pelotita entre los dos. Llegó un punto en que volverlo a pasar a su cuna era arriesgarse a que el llanto despertara a la hermanita mayor, que también tenía que madrugar a la mañana siguiente. Decidimos que iba a ser más fácil para todos dejarse llevar.

Hace unos pocos meses, le compramos al gordo su cama. La cuna ya le estaba quedando chica. Y ahora, que está por cumplir dos años, muchas noches ya las duerme de corrido. Nos despertamos por la mañana con el despertador, no con sus patadas ni sus manitos en la cara. Y ¿qué quieren que les diga? Está bueno, pero un poco también lo extraño. Me alegro mucho de haber podido vivir esta experiencia de colecho sin culpa, de disfrutar también de la protección brindada a mi cachorro, de dormirme con su cabecita sobre mi brazo, de escucharlo respirar sereno.

A aquellos que estén pensando en dormir con sus bebés, les recomiendo, primero, que les presten atención a las recomendaciones para el colecho seguro, y segundo, que lean este hermoso artículo en Babycenter. ¡Y felices sueños a todos!

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Prefiero dar las gracias

A Quiquito, gracias por darme esta segunda oportunidad de maternar, por haberme convertido en una mamá mucho más relajada, que logra conectarse, disfrutar más y enojarse menos (aunque a veces igual pierda la paciencia). Gracias por tu sonrisa casi permanente, por tus dotes actorales que te hacen poner cara de loco, de enojado y hacerte el lindo, todo casi al mismo tiempo. Gracias te doy por tus largas siestas de tres horas que me permiten trabajar, descansar y ver BoJack Horseman mientras almuerzo. Gracias por tus "halaaa" cuando hablás por teléfono -de verdad o jugando. Gracias por tus canciones monosilábicas y por tu media lengua. Gracias por tus ojitos gigantes de animé que se abren con entusiasmo ante trenes, ambulancias, camiones ("¡MMamomm!") y demás parque automotor. Gracias por acariciar mi cara cuando estás dormido al lado mío. Y gracias por tu ternura.
A Dani, gracias por ser mi compañerita incondicional. Por haberme enseñado a ser mamá y -pobre- haber sido tantas veces mi conejilla de Indias y haber heredado mi ansiedad. Gracias por tus dibujos al estilo Jackson Pollock y por tus canciones en inglés con una fonética impecable (aunque no se te entienda). Gracias por las tardes en las que te tirás en mi cama con tus libritos y hacemos "fiesta de leer". Gracias por nuestro sueño compartido de viajar a Japón, y dejar a los varones comiendo pizza en calzoncillos. Gracias por tu valentía y tu inmensa sensibilidad. Gracias por tus preguntas interminables y por siempre escuchar las respuestas que intento darles. Gracias por tus abrazos y tu carita de cachorro, o de cobayo nauseoso cuando me querés pedir algo. Y gracias por tu rebeldía y tus enojos, porque también me enseñan.
A Javi, Papi Reloaded, gracias por estar acá en todas. Gracias por haberme elegido, por habernos elegido, hace casi 15 años cuando éramos dos pendejos casi sin responsabilidades y con todo por aprender. Y por seguir eligiéndome ahora. Gracias por tus miradas seductoras y por las caricias en mis manos. Gracias por tu sentido del humor y tu cara de piedra cuando me decís algo que sabés que me va a hacer reír. Gracias por insistirme para que me tome un rato para mí, para ir a la pileta o para salir con una amiga. Gracias por tu música, y también por toda la música que me hacés escuchar. Gracias por aceptarme como soy y por ayudarme a quererme a mí misma. Gracias por escucharme y valorar lo que tengo para ofrecerte. Y gracias, nunca está de más decirlo, gracias por haberme dado a nuestros dos herederos.

Vengo pasando por un período raro, de transición. De cuestionarme qué es lo que quiero para mi carrera, para mi familia, qué es lo que me puedo permitir soñar en un contexto político y económico tan adverso como el que le toca pasar a mi país. 
Estoy con la ansiedad a flor de piel y no son pocas las taquicardias ni las noches de insomnio. 
Y en esos momentos, trato de volver a enfocarme en lo importante, en estas tres personas que tengo cerca. Ellos son los que me hacen la diferencia, que me demuestran que sigue valiendo la pena pelearla día a día. Y por eso hoy quiero quejarme menos. Y prefiero darles las gracias. 

lunes, 3 de septiembre de 2018

Redescubrir(se)

Que una semana después lo pierdas
en el supermercado es otra historia.
Una tarde agarrás las agujas de tejer, que tanto te ayudan a tranquilizarte y bajar revoluciones, y le das forma, no a una bufanda para tus nenes o para Papi Reloaded, ni siquiera para tu mamá, tu mejor amiga o tu hermana (cada uno tiene ya la suya) sino a un gorrito para vos, que encima te sale bárbaro y te queda pintado.

Mi tin whistle.
Leyendo un libro sobre música, descubrís que existe un instrumento llamado tin whistle que es relativamente barato y fácil de aprender. Te pica el bichito. ¿Por qué no? Te comprás uno y empezás a aprender a tocarlo con tutoriales de Internet. No tenés más de 15 o 20 minutos diarios de práctica, pero te entusiasma y, con constancia, en pocas semanas aprendés las primeras tonadas.

Yendo a entrenar, descubrís que en el rato que hace un año a duras penas llegabas a nadar 1000 metros, estás haciendo 1500 o 1600. No solo eso, sino que también te invita un profe a una clase de entrenamiento intensivo en la pileta y, si bien terminás agotada, la sobrellevás con dignidad.

Comprás, dos, tres libros.
¡Uno solo sobre maternidad!
Tu mamá te sugiere compartir una tarde de sábado, no llevando juntas a tus hijos a un bar con juegos infantiles, sino yendo las dos solas a recorrer una feria de editores independiente de tu ciudad. Y fantaseás con retomar la escritura creativa, incluso con publicar algo alguna vez. Te llenás de direcciones útiles y pocos días después, te animás a escribirle a una editora que conociste.

Una noche cualquiera te encontrás yendo al teatro con una amiga que te hiciste en el trabajo. Ven una obra rara que les vuela la cabeza, la comentan a la salida. En casa, tu marido se ocupa de que los chicos estén bien bañados, cenados y dormidos para cuando llegás a casa, y te espera con un plato caliente que comés con gusto frente a la tele.

Una mañana, en la plaza del barrio donde siempre llevás a tus hijos a jugar están dando un curso gratuito de RCP. Decidís tomarte un rato para hacerlo, una vez más turnándote con el padre para cuidar a los chicos, y salís del mismo sintiéndote que tendrías que haberlo hecho hace mucho tiempo.
Y no solo porque sos mamá sino porque te pasás
el día rodeada de otras personas que también respiran.
Una semana laboralmente lenta, decidís invertir ese tiempo en actualizar tu currículum y abrirte un perfil laboral en una red social. De paso, te registrás en cuanto portal de trabajo freelance se te ocurre. Y revisás por primera vez en años tu producción, pensando en armar un portfolio para vender tus servicios de redacción freelance con todo el material que ya tenés. Todo eso, mientras tu hijo duerme la siesta. En pocos días, conseguís nuevos contactos y lo que podría ser al menos, una punta de trabajo nueva.

Esa misma semana recibís, como todas las semanas, correos electrónicos invitándote a actividades académicas. En lugar de mandarlos directamente a la papelera de reciclaje, los mirás. Encontrás una invitación a un debate sobre lenguaje inclusivo en el Instituto de Lingüística que alguna vez supiste frecuentar. Y te proponés asistir. Y vas. Y tomás apuntes. Y recordás el placer que era aprender algo nuevo, seguir el razonamiento de otras personas, con el que podés estar de acuerdo o no, pero que definitivamente te hace pensar. Recordás mandar un mensaje a casa para avisar que vas a llegar a la hora de la cena. Y está todo bien. 

Con cosas así, te das cuenta de que tu hijo menor ya pronto va a cumplir dos años. Y que si bien ser mamá sigue siendo esencial en tu vida y que es uno de los roles que más te gusta desempeñar, no es el único. Que cada día más, podés darte el permiso de reencontrarte con quien eras antes, con tus espacios propios. Y de encontrar otros nuevos.

Hay tiempo para todo. Tal vez sea poco. Pero está bueno aprovecharlo.

martes, 21 de agosto de 2018

Acerca del embarazo y el deseo de maternar

En estos últimos tiempos, venimos viendo en vilo a la sociedad latinoamericana respecto a la legalización del aborto. En mi país la ley (aún) no ha sido aprobada. El debate continúa. La lucha persiste. Los abortos clandestinos ocurren y han ocurrido en cualquier época, se cargan con la vida de mujeres pobres, y por lo menos por mi parte entiendo que más allá de la postura personal que cada uno pueda tener, se trata de un problema de salud pública.
Pero, claro, la posibilidad de interrumpir voluntariamente el embarazo jode mucho a un sector. Más allá de los argumentos religiosos y éticos (recordemos que lo que se viene discutiendo no es abortar o no abortar, sino hacerlo en forma legal o clandestina), lo que está en juego es ni nada más ni nada menos que el deseo. El deseo sexual de la mujer, claro. Pero además, el deseo de maternar o de no maternar.
"La maternidad será deseada, o no será" vs. "Si abriste las piernas, jodete"
¿Qué lugar le damos a este deseo? La maternidad, algo que después nos cambiará la vida que llevamos para siempre y que modificará drásticamente quiénes somos, ¿puede ser producto de una imposición social y legal? Para algunos, decir que la maternidad únicamente puede partir del propio deseo es una idea peligrosa. Y me puse a pensar por qué.
Creo que tiene que ver con que la posibilidad de elegir continuar un embarazo, o no continuarlo, nos interpela a cada uno sobre nuestro propio deseo. Es importante recordar que, si el aborto pasara a ser legal, esto de ningún modo obligaría a nadie a abortar. Pero a much@s pareciera aterrarles el siquiera poder planteárselo.

"Pretenden que no nazcan más pobres". ¿Hablamos de que solo nazcan hijos de madres exitosas y económicamente bien paradas? No, hablamos de que nazcan hijos deseados. Una madre puede tener que quitarse el pan de la boca para alimentar a su hijo y aún así, desearlo y amarlo como nadie.
"La legalización del aborto es eugenesia". ¿Hablamos de que solo nazcan bebés sanos? No, hablamos de que nazcan hijos deseados. Un bebé puede nacer con una enfermedad grave, o con una discapacidad e igual ser amado, deseado y defendido, incluso ante recomendaciones médicas.
"Si falla el método, jodete". ¿Hablamos de que solo nazcan hijos planificados cuidadosamente, cual Gattaca? No, hablamos de que nazcan hijos deseados. Un embarazo puede ser producto del azar, o incluso del error, y hacer despertar el amor y el deseo de mater-paternar. A veces, de inmediato. Y otras veces, en algún momento durante el embarazo. Y otras veces, la confianza en que el deseo aparezca puede ser suficiente hasta darnos paciencia y aguardar al parto.

Embarazo buscado, ¿hijo deseado?
Si tenés hijos deseados, queridos, si tu maternidad es -como tengo la dicha de que lo sea la mía- producto del más profundo deseo, seguramente estarás de acuerdo conmigo en que se trata de una felicidad incomparable. Difícil ponerse en el lugar de quien no quiere jamás tener hijos. Difícil, ¡pero no imposible! Basta con recordar que no todos somos iguales, no todos queremos lo mismo.
Y aún siendo madre o padre por libre elección, sabés que eso no le quita las partes difíciles. Sabés que el deseo de maternar no es permanente ni fijo, que hay días en que podés amar a tus hij@s, pero detestar tu mater-paternidad. Que lo que prima en esos momentos no es el deseo, sino la responsabilidad y el hacerte cargo. Ahora, imaginate por un minuto que ese deseo tan fuerte no hubiese existido en primer lugar. Que solo quedaran la imposición y la carga.
Si deseás tener hijos y no los tenés (aún) por el motivo que sea... en nada te afecta lo que otros u otras puedan desear. Buscá alguien que comparta tu deseo. Y si no lo encontrás, la ciencia y/o la adopción pueden permitirte concretar tu deseo. Pero ninguna mujer debería ser forzada a gestarte un hijo contra su voluntad.

¿El deseo necesariamente implica planificación previa?
Si tuviste un hijo sin haber buscado ese embarazo, si fue producto de un accidente -en el mejor de los casos- y aún así te hiciste cargo y lo sacaste adelante, o si decidiste sobrellevar 9 meses de embarazo y después darlo en adopción, ¡felicitaciones! ¡Bien por vos! Pero sería bueno que entiendas que no todos comparten tu decisión. Y que no está en vos cambiarles la cabeza y mucho menos, obligarlos a que tomen la misma decisión que tomaste en su momento.
Y si quedás embarazada y no estás segura de qué hacer, no deberías sentir que una ley te obliga a tomar ninguna determinación. Quien decide seguir adelante con un embarazo, lo hace. De nuevo, el deseo no es algo fijo y predeterminado. El deseo puede cambiar. El deseo puede nacer de golpe, ante las dos rayitas del test, y aún cuando esa gestación no haya sido buscada puede convertirse en un hijo deseado y querido.

Pero, ¿y si esto no ocurre? ¿Si hay embarazo en caso de abuso? ¿Si peligra la vida de la madre? ¿Si ese embrión no es compatible con la vida fuera del útero? ¿Si falló el método anticonceptivo pese a todas las precauciones? ¿Si el deseo de no tenerlo es más fuerte? ¿Se debería continuar con ese embarazo por un imperativo religioso, ético o moral? Me parece que en todo caso, esa respuesta la tiene la persona gestante. Yo creo saber lo que decidiría si fuera yo la que estuviera en cada una de estas situaciones. Pero bueno, yo soy yo.

Mientras tanto, en Argentina, 38 senadores siguen eligiendo en nombre de todas nosotras.
¿Hasta cuándo?

jueves, 2 de agosto de 2018

Top 5 de frases para el olvido que me tocó escuchar siendo madre

Opinar es gratis. Es más, hay gente que piensa que si se queda callada, le van a cobrar por NO opinar... ¿no es así? ¿Y por qué les cuesta tanto ahorrarse ciertos comentarios hirientes, ofensivos o directamente, ridículos, frente a una embarazada o una mamá? Lo cierto es que a todas las madres que conozco (1) les ha pasado de escuchar toneladas de recomendaciones, sugerencias, consejos, críticas, reproches, etc. referidos a su manera de criar. ¿Las peores? Aquellas que vienen de gente sin hijos y las provenientes de desconocidos.
Hoy una amiga publicó un interesante artículo en relación a las críticas que recibe la lactancia materna. Me inspiró para recopilar mi propio top 5 de frases que me tocó recibir durante mi maternidad:

5) "¿Estás tejiendo? No tenés que hacerlo embarazada. Se le va a enredar el cordón al bebé", dicho por una desconocida en el colectivo. Parece ser que es un mito muy extendido en algunos países. De más está decir que tejer en el embarazo es fabuloso. Pero no me faltó la sugerencia de una persona muy cercana de "consultarlo antes con el médico". ¡Ja!
4) "Este cuello [uterino] está horrible". Palabras textuales de mi ginecóloga en la semana 39 de embarazo. Se refería, claro, a que todavía estaba cerrado, sin dilatación, y parecía que faltaba una eternidad para el parto -FYI dilaté naturalmente 10 centímetros 4 días después. De cualquier manera, ¿tenés que usar precisamente ese adjetivo? 
3) "¿Cómo que es nena? ¡Pero si no tiene aritos!" Y sus múltiples variantes. Debí haberle respondido: "uy, menos mal que usted me avisa, señora, y yo asignándole un género porque nació con vagina, ahora me doy cuenta de que hasta que elle misme no lo decida, es une bebé". Mirá cómo me vengo a dar cuenta de que, en lugar de una desconocida metida, era una feminista de la cuarta ola avant la lettre
2) "No te quejes. Es tu decisión estar cansada. Siempre tenés la opción de ponerte tapones en los oídos, cerrar la puerta y dejarla llorar." Mi propio padre, por teléfono a 10.000 kilómetros de distancia, cuando tuve el descaro de decirle que no daba más después de tantas noches sin dormir... con mi bebita de un mes. No se le puede pedir que esté al tanto de las tendencias de criar con apego o que cite a Rosa Jové, decididamente. Pero ¿tampoco empatía con una puérpera con baby blues y privación del sueño?
1) "Ay, pero mirá qué machona", otra desconocida cuestionando a mi hija con tono despectivo, esta vez con la nena ya de cuatro años, que salía del colegio despeinada y con las rodillas sucias después de educación física. Solo atiné a abrazar a Dani, decirle "vamos, no escuches, mi amor". Me arrepiento de no haber agarrado a esa infeliz de los pelos. 

Adivina, adivinador... ¿qué tienen en común las 5 frases? ¡Adivinaron! Todas ellas se refieren a mi primera maternidad. Desde que soy mamá por segunda vez, no digo que no haya habido frases negativas, malintencionadas, agresivas o ridículas, pero sí estoy convencida de que las filtro mejor porque, ¿saben qué? no registré ni una.

¿Cuáles fueron las peores frases que te tocó escuchar referidas a tu manera de ser madre?


(1) Padres varones, no es por hacerlos a un lado, pero no sé de ninguno que haya sido afectado por comentaritis compulsiva en su entorno. De ser así, ¿me lo cuentan?

sábado, 28 de julio de 2018

Cuando mis hij@s eran un secreto

La noche previa al primer Evatest de Dani, con el futuro Papi Reloaded fuimos a un recital, de los tantos que nos gustaba ver antes de que nuestras noches se transformaran para siempre. Habíamos comprado el test en una farmacia a pocas cuadras del lugar. Después lo metí en mi cartera y disfrutamos de la música. Me acuerdo de haberle dicho "si da positivo, este va a haber sido el primer recital de nuestro futuro hijo". Así fue.
Dos hijos después, esa pancita que en aquel momento
lucía, ya me quedó de recuerdo permanente...
Ese 8 de abril era domingo de Pascua. Me desperté temprano y me hice el test. Me temblaban las manos y las rodillas. Ya había hecho uno el mes pasado y había dado negativo. Veníamos de varios, largos meses de búsqueda. Ya una médica me había dicho que, con mis valores de TSH, "no vas a quedar embarazada, o si quedás los vas a perder en el primer trimestre". Habíamos salido corriendo de ese consultorio, en busca de una segunda opinión. La nueva doctora me dijo que solo tenía que relajarme. Y ese domingo, vi las dos rayitas antes de que el cronómetro marcara los proverbiales dos minutos.
Recuerdo sentirme tan rara, tan rara... ese almuerzo familiar, con Javier nos mirábamos sabiéndonos dueños de un secreto. Después de todos esos meses de búsqueda, ambos habíamos acordado no decir nada hasta pasado el período de mayor riesgo. Igual mi mamá lo supo enseguida, aunque se lo dije muy asustada porque esa semana había tenido un pico de presión alta y tenía mucho miedo de que el festejo no nos durara.
Esas primeras semanas las recuerdo borrosas. De esperar los estudios, de sentir los primeros síntomas (ganas de hacer pis a cada rato y sueño, mucho). De ver la ecografía con la estrellita titilando. De empezar a hablar hacia dentro con ese bebé que comenzaba a formarse, y que presentía varón -me equivocaba. 
Se fueron cumpliendo las semanas, y poco a poco nos animamos a dar la noticia: a mi hermana, el día de su cumpleaños, le dije que su regalo era... ¡un sobrino! A mi suegra y a la familia de Javi, todos juntos aprovechando un cumpleaños familiar. A los amigos, uno por uno a medida que nos encontrábamos. A mi propia familia extendida se lo conté más tarde, porque estaba esperando que mi papá regresara de su viaje (viaje que se prolongó en ausencia definitiva, se terminó enterando por Skype y solo me vio embarazada el día previo a dar a luz). En mi trabajo, lo fueron adivinando mis compañeras con el correr de las semanas. 
Recuerdo el día en que nos hicimos la NT Plus, semana 12, que por primera vez alguien me cedió el asiento en el colectivo. Ahí, mi embarazo definitivamente dejó de ser mi secreto y se transformó en mi orgullo.

Con Quiqui todo fue más tranquilo. No me temblaron las manos al hacerme la prueba, es más, dejé que Javi siguiera durmiendo y lo desperté sonriente, diciéndole "vas a ser papá de nuevo". Yo lo presentía desde una semana antes, cuando un perrito me mordió, me tuvieron que dar un antibiótico y yo le dije a la médica de guardia que cabía la posibilidad de que estuviera embarazada. Me lo cambió por otro. No tenía ni tres semanas de embarazo, pero ya lo estaba cuidando a mi bebé.
Misma ropa, distinto bebé... la panza de Quiqui apareció al toque.
Ese 14 de febrero no se lo dijimos a nadie... mentira, le mandé un mensaje de texto a mi mejor amiga con este mensaje "shhhh... dos rayitas". No me acuerdo cuándo ni cómo fuimos dando la noticia a la familia, aunque la que tardó un poco en saberlo fue Dani, que con tres años y pico se puso muy contenta de que iba a ser hermana mayor. Nos alivió su entusiasmo, aunque comprendimos que ella no tenía ni idea de la que se le venía. En mi trabajo pretendí guardar el secreto, pero mi barriguita incipiente -¡de escasas seis semanas!- y un feroz ataque de náuseas enseguida me deschavaron. Mi papá, de nuevo, fue el último en enterarse: me vio en uno de sus viajes y, sin que le dijera nada, me dijo "es un varón". Él no se equivocaba.

Hoy recuerdo con alegría y serenidad esas primeras semanas, aunque en su momento tuve mucha ansiedad y miedo, sobre todo la primera vez. Entiendo a las parejas que prefieren guardar el secreto, aunque también comparto la urgencia de contarlo que tienen aquellas que enseguida lo hacen público. Como ocurre con otras cuestiones de la mater-paternidad, no hay una única respuesta correcta sino que lo más indicado es hacer lo que cada uno siente.

¿Cómo fueron esos primeros días, cuando supieron del embarazo?

viernes, 13 de julio de 2018

5 consejos para mamás primerizas

Soy una mamá "segundiza" y esto ha cambiado mucho mi forma de tomarme la maternidad. ¡Créanme que este blog sería muy distinto si lo hubiera escrito solamente con Dani en el mundo! Y no, no es que ahora que tengo dos niñ@s la tenga "re-clara" -porque día a día van surgiendo nuevas dudas, dilemas y cuestiones relacionadas con las etapas de crecimiento que les toque transitar. Pero me hubiera gustado, hace cinco años, tener alguna mamá amiga con un poco de experiencia que compartiera conmigo lo que le había tocado vivir. No fue el caso. 
Esta vez me toca a mí, que tengo dos amigas cercanas estrenándose en esto de la maternidad, que puedo invitarlas a leer estas viejas entradas con la esperanza de que se sientan acompañadas:

Este almohadón vale su peso en sonrisas.
Para pedirles a los reyes: artículos que facilitan la maternidad Capaz que ya te compraste todo, capaz que estás armando una lista de regalos, o dudando en si aniquilás tu tarjeta de crédito en MercadoLibre. ¿Valdrá la pena? Acá te cuento sobre los imprescindibles y los que son una pérdida de guita.


¿Se puede disfrutar del puerperio? Una etapa que desconocías hasta que te toca atravesarla. De la que se habla poco, donde a veces las demás personas te miran mal por quejarte. ¿No deberías ser la más feliz del mundo?

¡No sé qué hacer con mi bebé! Es hermoso, adorable, no me canso de mirarlo... ¿o sí? Ahora que estamos en casa todo el día cuidando al pequeño dormilón... ¿qué hacemos?

Ah, ahora SÍ dormís, ¿no?
Brotes de crecimiento -o cómo mi adorable bebito se transformó en el niño sanguijuela: ¿Por qué de repente un bebé de 3semanas, mes y medio, o 3 meses, se pone más demandante, pegote y llorón? ¿Es que estás produciendo menos leche? Nada de eso, amiga. Se trata de los poco conocidos brotes de crecimiento. Acá te cuento cómo lidié con ellos.

Instrucciones para dormir al bebé: No, obviamente que leer esto tampoco les va a servir de nada. Pero tal vez se sienten un poco acompañadas -y, ojalá, las hace sonreír después de una noche de mierda difícil.

Y un último consejo, aunque suene a frase hecha: el tiempo vuela. ¡Disfrútenlos a cada momento!


Este post va escrito (bah, recopilado) con mucho amor para Flor y para Mili, para Ceci y para René.

domingo, 17 de junio de 2018

Cómo se me resignificó el Día del Padre

Papá y yo
Desde que tengo memoria, el Día del Padre fue para mí una fecha agridulce. Y es que el vínculo con mi papá siempre estuvo signado por la ausencia. Tenía cuatro años cuando mis padres se separaron, cuando las leyes del divorcio apenas empezaban en Argentina y yo me sentía un "bicho raro" entre mis compañeritos de jardín y más tarde, del colegio. Y si bien mi papá nunca desapareció del todo de mi vida (y por eso hablo de memorias "agridulces" y no directamente "amargas"), siempre me hizo falta su presencia. Todavía me hace falta ahora, aunque tengo 36 años y me da bronca seguir necesitándolo después de tantos años.
Buena parte de mi vida, entre mi viejo y yo hubo un océano de por medio. 10.000 kilómetros redondeando. A veces él estaba para Día del Padre, otras veces me tenía que conformar con saludarlo por teléfono. En aquellas ocasiones en los que sí estaba en casa de mis abuelos, igualmente lo veía refugiándose detrás de una computadora porque a él nunca le gustaron las reuniones familiares (y mucho menos cuando la fecha era "comercial"). Nunca se le ocurrió preguntarnos a sus hijas, a mi hermana o a mí, la Mariana de 7, de 8, de 11 años, qué sentíamos ellas. Me costaba ver publicidades de papás e hijos pasando el tiempo juntos y compartiendo desayunos en la cama. Y tenía el ejemplo de los padres presentes de la familia, mis tíos y abuelos, para recordarme lo que a mí me faltaba. De alguna manera, no me dejé de sentir nunca bicho raro.

Pero desde hace cinco años, el Día del Padre dejó de ser una fecha agridulce. Si bien sigo acordándome de mi papá y deseando que viviera más cerca y que viera más seguido a sus nietos,  a quienes adora, ahora tengo un excelente motivo para estar contenta y festejar. Javier es un padre genial, un gran compañero que hace todo por nosotros tres, con quien nos ponemos la familia y la casa al hombro y la peleamos cada día. ¿Qué mejor ocasión para homenajearlo, por más que se trate de una fecha inventada por los comerciantes para vender regalos?
Mis hijos adoran a su papá, les ilusiona estar con él, lo reciben con un abrazo cada vez que llega a casa. ¿Por qué no hacerle unos lindos regalos y prepararle juntos el desayuno? Me emociona ver que Dani y Quiqui sí pueden crecer con un papá presente, que no solamente los quiere (sé que el mío también nos quiere) sino que está cada vez que lo necesitan, que los acompaña en el día a día, que los ayuda a crecer. Y esto hace que, por más que suene a frase hecha, todos los días sean Día del Padre en casa.

Mi árbol familiar...
Javi, más allá de todo lo que te amo como compañero, gracias por ser el papá que sos. Gracias por la "butigrúa" y por dejar que "el invasor" tenga lugar para dormir cada madrugada. Gracias por tus upas y tus cosquillas, por tus cuentos del Autito Camilo y por tus enseñanzas de guitarra. Gracias por tus Rapiditas y por tus arrocitos con carne y verduras. Gracias por ser el padre que siempre soñé para la familia que formamos. Gracias por haber soñado estos sueños conmigo. Gracias por seguir proyectando juntos.

Y pa, no sé si leerás esto (no sé si sos lector habitual de mi blog y no te voy a "manipular por la culpa" para que lo leas), sabé que te quiero mucho y que te extraño, que te sigo extrañando, y que no voy a dejar de extrañarte, siempre. Que respeto -aunque no comparto- tus decisiones de vida porque ya soy adulta. Así es, ya crecí, y también sé que ya es tarde para recuperar muchos momentos, pero que los que hemos compartido también los llevo puestos y que los valoro. Por ejemplo, aquellas vacaciones en las Canarias. O cuando vimos juntos las películas originales de Star Wars. O cuando me acompañaste por el altar el día que me casé. 

Feliz Día del Padre.

miércoles, 13 de junio de 2018

La condena social

Encontré esa imagen en Twitter, a propósito por el debate por el aborto legal en mi país. 

Yo le agregaría algunos más (perdón que no sepa dibujar):

- "Yo tengo hijos y también trabajo afuera" ---> ¡Abandónica! ¿Cómo podés permitir que otros los críen por vos? Después no te quejes si les lavan la cabeza...
- "Yo soy madre a tiempo completo" ---> ¡Vaga! ¿Qué hacés todo el día? Dejá de rascarte y andá a laburar.
- "Tengo una familia numerosa" ---> Qué inconsciente... como si sobraran recursos en el planeta, ¿es que no sabés cuidarte? ¿No tenés un hobby?
- "Yo me quedé con un solo hijo" ---> ¡Pobrecito! ¿Y lo vas a dejar así, solito?
- "Fui madre soltera por elección" ---> Ah, qué te creés, ¿que tener hijos es un pasatiempo? ¿Quién sos para negarle a ese chico la posibilidad de tener un padre?
- "El padre me dejó, fui madre soltera, ahora formé pareja" ---> ¿Y no estarás descuidando a tu hijo? ¡No vayas a meter a cualquiera en tu casa!
- "Quiero ser madre y no puedo, recurro a un tratamiento" ---> Tal vez no le digan nada, pero pensarán "Peeero... con la cantidad de chicos que hay que esperan ser adoptados..."

¿Hasta cuándo?

lunes, 28 de mayo de 2018

Lo bueno de que los hijos se enfermen

Necesito comenzar aclarando (y agradeciendo) que mis hijos tienen una salud de fierro. Incluso Quiqui, si definimos "salud" como la capacidad de recuperarse rápidamente y sin secuelas de las  distintas enfermedades. No puedo imaginarme que una mamá o un papá que están acompañando a sus hijitxs peleando contra una verdadera amenaza para sus vidas puedan sentir que hay nada bueno en ello. Crecí en un hogar con una hermanita que padecía una enfermedad crónica. Con las verdaderas enfermedades, con los accidentes graves, con que la vida de un hijo corra peligro, no puedo meterme a opinar.
Así que de ahora en más, sepan que cuando hablo de tener hijos enfermos, me refiero a esas enfermedades comunes que en algún momento les toca sortear a todos los chicos. Y que nos toca atravesar a tod@s en nuestro aprendizaje de la maternidad o la paternidad.

Ya he hablado en otra ocasión de que cuidar a mis niños cuando están enfermos es una de las cosas que hago peor. Siento que me falla la paciencia, que me desespero por verlos mal pero que a la vez, me irrita toda la situación, me pongo quejosa, me peleo más con mi marido, me angustio por tener que faltar al trabajo... en fin, creo que no soy la mejor madre en estos días ni mucho menos. En ese sentido, ser madre por segunda vez me ha dotado de algunas herramientas porque lo cierto es que mi hijito menor se ha enfermado con mucha frecuencia, sobre todo desde que asiste al jardín maternal. Pasó por todas las "-itis" que me acuerde... dos bronquiolitis, faringitis varias, otitis, conjuntivitis, neumonitis (¡en las vacaciones de verano!), dos gastroenteritis... justamente por estos días está cursando la segunda. Fiebres indeterminadas, tos, mocos, más una alergia al pescado que en su momento confundimos con una eruptiva (las únicas de las que viene zafando hasta ahora, toco madera).
Esperando que le haga efecto el inyectable.
El sábado pasado tuvimos que llevarlo a una guardia porque se puso mal, pero mal de golpe, y terminó vomitando todo ahí mismo, en la sala de espera. Hasta que no comprobaron que el inyectable funcionaba y que el gordo toleraba los líquidos, no me lo dejaron traer a casa -lo bien que hicieron, ya sé que la deshidratación en nenes chiquitos puede ser muy seria. Y acá estamos desde entonces. De a ratos le sube fiebre, de a ratos mejora y come con apetito las comiditas de dieta que le preparo: por suerte adora el arroz y la manzana rallada. De a ratos lo veo un poco más contento, con ganas de jugar, pero después se convierte en una suerte de koala de 12 kilos que se me cuelga encima lloriqueando y no me deja ni para que yo pueda ir al baño.
Me pone triste verlo apagado, molesto o chinchudo. Sufro pensando que él sufre. Me siento culpable por no poder dedicarme un poco más a Dani, que se lo viene bancando como una duquesa. Y también por dejar de ir a trabajar tantos días.
En esas estamos. Y quiero creer que, una vez más, esto va a pasar pronto. Que es cuestión de unos días más. Que no es grave. Otros papás y mamás no pueden decir lo mismo.

Entonces, en este panorama, ¿qué carajo podría haber de bueno? ¿Existe alguna ventaja en que nuestros hijos se enfermen? No sé si exactamente se pueden llamar ventajas, pero mientras espero que Quiqui se cure y nuestra vida cotidiana vuelva a su caótica normalidad, se me ocurre tratar de enfocarme en lo siguiente:
- Es bueno que, estando un hijo enfermo, yo pueda proporcionarle ese soporte emocional -¡y físico!- que tanto reclama. Si lo reclama es porque lo necesita, ni más ni menos. Si pasamos 5 horas en una clínica esperando que el gordo tolere líquidos y dos de esas horas pudo estar durmiendo, es porque yo lo tenía en brazos.
- Es bueno que las enfermedades comunes y benignas de los niños los fortalezcan, y esto se nota en el hecho de que cuanto más grandes, menos se enferman y menos días están enfermos cuando les toca.
- También es bueno que nos fortalezcan a nosotros, sus padres. La enfermedad de un hijo nos ayuda a aceptar las cosas que no podemos cambiar a la vez que a dar cuerpo y alma para mejorar lo que sí se puede. Nos ayudan a posponer nuestras propias necesidades y a darnos cuenta del profundo e incondicional amor que sentimos hacia esas criaturas, si podemos amarlos incluso en la convalecencia, cuando más insoportables se ponen...
- Lo mejor de que los hijos se enfermen es -obvio- que después se curen. Y cuando se curan, los valoramos más que nunca: su sonrisa después de que pasó el pinchazo, las ganas de jugar, de correr por la casa y de escalar muebles, su buen apetito, las siestas que ahora sí vuelven a dormir de corrido, las peleas entre hermanos o las cenas familiares compartidas.

Espero que pronto se pasen estos días y que esta enfermedad del gordo sea solo una anécdota más para su larga listita de -itis.
Mientras tanto, escribo.
Mientras tanto, aprendo.

lunes, 7 de mayo de 2018

Sobre lo incondicional del amor

No es secreto que me encanta leer sobre maternidad: libros, artículos, foros, otros blogs... A esta altura del partido, son pocos los textos que me sorprenden o me dicen algo muy diferente de lo que haya podido aprender de mi propia experiencia, pero de todas maneras, leer a otras madres -y a otros padres- me hace sentir acompañada. Es como una charla de café con amigxs con hijos. 
Ya sé, es la clase de libro que mi yo cínica de 20 años
se hubiera pateado a sí misma por leer...
Y bien, hace poco leí un libro que me gustó mucho, y que me dejó pensando. Hace casi un mes que lo terminé, y creo que estoy en condiciones de afirmar que este libro en particular -que no es ni por casualidad el mejor escrito o el más apasionante que haya leído- me cambió el modo de vivir una parte muy importante de mi maternidad.
El tema central sobre el que giraba el libro era el amor incondicional. Su tesis, que nuestros hijos necesitan que los amemos así, sin condiciones. Que les permitamos ser lo que elijan ser. Que los acompañemos, sabiendo que se trata de su historia, no de la nuestra. "No se trata sobre vos", le dijo a la autora su hijo Raiden. Y ella a lo largo del libro nos recuerda constantemente esa frase, y cómo la marcó.

Hasta acá nada nuevo bajo el sol, ¿cierto?

Bueno, para mí no tan cierto. Me entré a preguntar si realmente soy capaz de dar a mis hijos esta clase de amor, el amor incondicional. Y si es así, si se los estoy demostrando. Spoiler alert, comprobé con un poco de esfuerzo que la respuesta a la primera pregunta es que sí. Pero con asombro, con dolor y con una sensación creciente de urgencia, que la respuesta a la segunda pregunta es que no, no lo demuestro lo suficiente.
Comencé por preguntarme si de verdad los amo incondicionalmente a ellos, a Dani y a Quiqui. Es fácil amarlos cuando los veo sentaditos en el sillón del living viendo la tele, ella dándole un beso y un abrazo a su hermanito y diciéndole "vos sos mi Pocoyó". Es fácil amarlos cuando se quedan dormidos y tienen esa expresión en sus caritas tan idéntica a cuando eran bebés. Es fácil amarlos cuando con su papá salimos los cuatro de paseo y los vemos correr detrás de una pelota, muertos de risa. En cambio, no es tan sencillo amarlos cuando, después de pasarme una hora en la cocina, Dani me dice "¿sabés lo que es esta comida? ¿vos conocés la palabra as-que-te?", o cuando Quiqui se tira al suelo haciendo un berrinche y cuando trato de alzarlo en brazos, me revolea los anteojos de los que todavía no pagué la primera cuota... e imagino que no será fácil amarlos cuando atraviesen la adolescencia y tomen decisiones equivocadas. O cuando sean adultos y voten a la derecha, en fin. Amarlos en esas circunstancias puede que sea difícil, pero no amarlos o dejarlos de amar... no me cabe duda, es directamente imposible.

Por ahora vamos bien. Los amo sin condiciones. Ahora, ¿se los sé transmitir?

Me toca muy de cerca el tema, porque a mí me llevó muchos años sentir que mis padres me amaban incondicionalmente. No quiero decir que ellos no lo hayan sentido o que no lo hubieran expresado, pero por mucho tiempo yo fui la hija mayor de manual de psicología: seria, responsable, buena alumna, obediente... ¿Me sentía amada? Sospecho que no todo lo que hubiera necesitado. Cuando tenía 16 años salió en una sesión de terapia una idea que tenía mucho peso en mí: es cierto que mi mamá y mi papá me amaban por ser su hija, pero además me tenían que amar más aún por ser buena y no dar problemas. Me llevó bastante análisis desechar esta idea absurda y admitir que los padres aman a los hijos por ser hijos -y punto.
¿No aprendí nada de mi propia experiencia? Capaz que no lo suficiente. De alguna manera, me da la sensación de que Dani creció igual que yo: ella también es una nena mayor bien de manual. Y hace poco, de nuevo a partir de la lectura del libro de Amber Brogly del que hablé más arriba, tuve con mi chiquita de 5 años una conversación que me sacudió bastante los cimientos. Fue así. Yo comencé diciéndole que trato de ser la mejor mamá posible, aunque a veces me equivoco, y ella me dijo "pero mami, ¡vos nunca te equivocás!". Tarjeta amarilla: veo que transmito esa imagen inalcanzable de supermadre que no soy ni quiero ser. Siguiendo con la charla le digo que siempre la quiero, y que siempre la voy a querer. Y ella me responde: "bueno, no siempre, cuando me porto mal no, me querés cuando me porto bien". Tarjeta roja, definitivamente no estoy logrando transmitirle el amor por lo que ella es sino por lo que ella hace -o peor, que hace bien.

Se me parte el alma. Comprendo que tengo que hacer algunos cambios de inmediato. Lo estoy intentando desde entonces.

¿Cómo condicionamos el amor hacia los hijos? De muchas maneras, pero creo que por mi parte lo hago con las expectativas: espero mucho de ellos, y se los hago notar. "Esta nena es brillante con los números", "este chico va a ser músico como el padre". Aunque se trate de afirmaciones que yo considero positivas, ¿qué pasa si no coinciden con lo que mis hijos esperan de ellos mismos? ¿No los estoy condicionando a ser como yo espero que sean?
Por otro lado, si bien los chicos necesitan límites, creo que estoy equivocándome en la manera de marcarlos. Soy demasiado dura con ellos a veces. Si bien puede que les esté proporcionando pautas correctas y útiles, me doy cuenta de que no les estoy dando suficiente ternura y contención. Tengo que ser un poco más cariñosa, un poco más expresiva, un poco -un mucho- más paciente y comprensiva. No es un equilibrio fácil. 

Pero no me cabe duda de que es fundamental. En definitiva, el amor hacia los hijos, si no es incondicional, no es verdaderamente amor. Y sí, yo sé que los amo sin condiciones.
De un tiempo a esta parte, he decidido que no tengo ninguna tarea más importante de asegurarme de que ellos lo sepan también.

domingo, 29 de abril de 2018

Homenaje a mi animal preferido

Hoy, que en Argentina celebramos el Día del Animal, quiero escribir un poco acerca de Fiona. Esta gata llegó a mi vida cuando yo tenía 24 años, o sea que si me pongo a sacar cuentas, ya he compartido con ella nada menos que ¡un tercio de mi vida! Y qué tercio: la pobre se ha bancado cinco mudanzas, un marido y dos hijos. Cuando mis amigos me preguntan por qué no tengo más gatos, siempre respondo lo mismo "algún día adoptaré dos juntos, pero por ahora quiero que Fiona viva su vejez en paz".

Yo desde chica siempre había soñado con tener un perro. Mi mamá, con su fobia a los animales en general y a los perros en particular, solamente pudo permitirme una tortuga de agua y un canario. Por eso, mi niñez y adolescencia me las pasé añorando el día en que pudiera tener las mascotas que yo quisiera. Cuando me fui a vivir sola, en cuanto terminé de vaciar las cajas con mis cosas, lo primero que hice fue recorrer veterinarias buscando gatitos en adopción. Para ese entonces me había resignado a que el perrito necesita más compañía y atención que un gato, y yo que en aquella época pasaba buena parte del día entre el trabajo y la facultad, no quería dejarlo encerrado llorando.
Y qué bien que hice. Un gato es un ser independiente, que te pide un poco de afecto y que requiere sus cuidados, pero que básicamente está ahí, compartiendo tu espacio, no reclamando tu atención. Ahora la que me pide perro es Dani y yo la que le dice que no. Y es que, para demanda, ya tengo bastante con mis dos nenes, me encanta que Fiona se las arregle tan bien sola. En algo me equivoqué sin embargo: un gato no puede clasificarse como mascota. Es alguien más de la casa, de la familia.
Siempre cuento que no la elegí a Fiona, que nos elegimos mutuamente. Llegó ese sábado en una canasta, con tres meses y pico, junto con otras dos gatitas que trajo una proteccionista. Mientras la primera y la tercera gatita se escondieron debajo de mi cama en cuanto las sacaron, esta gatita de pelo largo y rayas grises se quedó en mis brazos, se puso a jugar con una cadenita que yo tenía en el cuello y enseguida estaba ronroneando. "Sos vos", le dije. No me cabía ninguna duda.

A Dani siempre la miró de lejos.
Pocos años después, cuando con Papi Reloaded nos fuimos a vivir juntos, él ya quería a Fiona y ya se ocupaba de ella tanto -o más- que yo. Ella fue muy feliz esos años con nosotros, en un departamento más grande del que había conocido, con más mimos y compañía que antes. Pero los tiempos de paz no son eternos. Y bueno, después llegó el terremoto, o sea, el bebé: desde que trajimos a Dani, Fiona hizo mutis por el foro y estuvo bastante desaparecida. Se pasaba los días bajo la cama, o lejos de donde quiera que estuviese la bebita (y, por lo tanto, lejos de nosotros también). De todas maneras no me siento culpable: el veterinario de Fiona siempre destacó nuestro mérito en conservarla, porque nos contó que muchas parejas "practican" con sus mascotas pero renuncian a ellas cuando nace un bebé. Para nosotros no fue nunca una opción, como tampoco nos planteamos renunciar a nuestra primera hija cuando nació el chiquito.
"¿Y ahora, otro?"
Dani la vivía torturando a la pobre "Lai", como la bautizó. Le tiraba almohadones, la corría por todos casos, le tiraba de la cola... y cuando la nena creció un poco y empezó a tratarla un poco mejor, llegó Quiqui, que está fascinado por la gata y también hace su despliegue de ternuritas, como meterle el dedo en el ojo o golpearla como si fuese un tambor... y ella se lo sigue fumando y nunca lo arañó, a lo sumo le hace un bufido o un correctivo con la pata pero sin sacar las garras.
Cuando los chicos se duermen, a la noche, Fiona se viene con nosotros y comparte ratos viendo series en Netflix y recibiendo los mimos que, a esa hora sí, son solo para ella.

¡Feliz día, Fioni!!!