¿Para qué escribo? Para contar mi historia, una más entre tantas historias de madres, pero no una cualquiera porque es la que me toca. Para contactar madres o padres de la blogósfera, cual botella al mar. Para mantener mi escritura activa. Para registrar momentos mientras mis chiquitos crecen vertiginosamente rápido.

La obsesión del perfeccionismo, libro de Allan Mallinger y Jeannette De Wyze

 


¿Qué hay acá que me interese? Aprende a reconocer (y revertir) los rasgos de la personalidad obsesiva

Ya convertido en un clásico de los noventa, este libro sigue vigente al día de hoy. ¿Cuántas personas lidian a diario con insatisfacción, acumulan tareas sin cumplir, o no emprenden nuevas metas, solo por dejarse llevar por la obsesión por el perfeccionismo? Ilustrando la teoría con gran cantidad de anécdotas de gente real con quienes los lectores podrán identificarse o bien reconocer a sus seres queridos, el autor vuelca veinte años de experiencia clínica en psiquiatría para ofrecer a quienes se reconozcan como perfeccionistas extremos la posibilidad de cambiar y de esta manera, mejorar diferentes aspectos de sus vidas, y de quienes los rodean.

Leyendo este libro aprenderás:

-          Que todos los atributos asociados con la perfección, llevados al extremo, pueden ser muy dañinos.

-          Cómo reconocer las características de la personalidad obsesiva en uno mismo y en los demás.

-          Cómo la obsesión por el perfeccionismo puede deteriorar las relaciones familiares, laborales y amorosas.

-          Qué hay detrás de los “pensadores obsesivos” y su tendencia a prever acontecimientos catastróficos.

-          Y lo más importante: que todo esto se puede revertir con las estrategias adecuadas.

IDEA CLAVE 1: La búsqueda de perfección es una cualidad solo en su justa medida

Cuando pensamos en alguien perfeccionista, tendemos a asociarlos con cualidades positivas: en general se trata de personas confiables, responsables, con autocontrol, que se comprometen y cumplen con su palabra, que se esfuerzan por dar lo mejor de sí en todo lo que emprenden. En ese sentido, la primera distinción que el autor hace es entre la “voluntad de excelencia”, que es la búsqueda saludable por hacer las cosas bien –sea en el trabajo, en la vida cotidiana o en las relaciones sociales– y el “perfeccionismo”, que consiste en los mismos rasgos anteriores pero llevados a un extremo.

El perfeccionismo, en este libro, es caracterizado como un rasgo de la personalidad obsesiva y que, como tal, conlleva mucho esfuerzo y causa sufrimiento tanto a quienes lo padecen como a sus seres queridos. Para una persona perfeccionista, a diferencia de aquel que solo busca dar lo mejor, el error no es parte de un aprendizaje sino que es visto como un fracaso. Asimismo, el perfeccionista vive en un constante estado de alerta y ansiedad.

No todas las personalidades obsesivas manifiestan el perfeccionismo de la misma forma, pero todos tienen en común una cosa: la permanente necesidad de control, que buscan ejercer tanto sobre sí mismos como sobre los demás, y hasta sobre los acontecimientos externos.

En pocas palabras, el obsesivo no acepta que la vida es imprevisible. Entonces, entra en un circuito de hacer un esfuerzo desmedido por lograr los mejores resultados en todo lo que emprenda. Pero como el control absoluto es imposible, y el fallo, el error, el imprevisto forman parte de la vida, tarde o temprano el perfeccionista está condenado a caer en un estado de infelicidad y frustración, además de que todos sus vínculos tienden a deteriorarse. Y aún cuando las cosas se dan de acuerdo con sus planes, la dificultad para disfrutar del presente genera sufrimiento de por sí.

Idea clave 2: El primer paso para desterrar el perfeccionismo es reconocerlo

El autor, quien ejerció durante casi veinte años como psiquiatra, sostiene que muchos pacientes obsesivos no llegan a la consulta en busca de ayuda para su verdadero problema, ya que lo que más les cuesta es reconocer en sí mismos estos rasgos. En cambio, llegan a la terapia buscando solucionar conflictos en sus relaciones, o incluso tras sufrir síntomas físicos a los que la medicina no ha encontrado una causa puntual.

En ese sentido, el autor insiste en que, a diferencia de lo que la cultura popular suele identificar como “comportamientos obsesivos y compulsivos”, la obsesión no es una manera de actuar sino un rasgo de la personalidad. Como tal, no se corrige con simples ejercicios sino que conlleva un esfuerzo el poder rastrear el origen del perfeccionismo. De acuerdo con el autor, existe tanto un componente biológico como también determinadas experiencias en la temprana infancia que pueden desencadenar la personalidad obsesiva. Por ejemplo, pacientes suyos solían referirse a sus padres como “demasiado exigentes” o que no los hacían sentirse lo suficientemente queridos.

Pero más allá de sus causas, lo más importante es poder reconocer (y reconocerse) en sus características. El autor ofrece un autotest para que los lectores estemos en condiciones de reconocer en nosotros mismos (o en nuestros seres queridos) los principales rasgos de la personalidad obsesiva. Por ejemplo:

-          Tendencia a dejarse atrapar por los detalles.

-          Demorar más de la cuenta en cumplir una tarea por temor a que no salga perfecta.

-          Demandar determinado comportamiento a nuestros familiares o colegas.

-          Miedo a perder el control.

-          Resistencia a las exigencias externas (o, al contrario, una excesiva sensibilidad a las mismas, afán por “quedar bien con todos”).

Solo si podemos reconocer que nuestra personalidad obsesiva es la causante de nuestra infelicidad estaremos en condiciones de cambiarla.

Idea clave 3: El control es un mito

Al obsesivo le resulta intolerable la idea de que algo no esté bajo su control. Así como los niños pequeños necesitan armarse de rutinas, estructuras, comportamientos, que aporten cierta previsibilidad y les brinden la seguridad necesaria para crecer en un mundo por completo desconocido, el obsesivo nunca llega a aceptar que la vida es, por naturaleza, algo imprevisible. La idea de que con nuestro comportamiento, nuestras acciones o nuestros pensamientos podemos anticiparnos a los imprevistos es a todas luces, una ilusión.

Por eso se esfuerzan de manera sobrehumana en controlar lo incontrolable: tanto las emociones propias como las ajenas, e incluso los acontecimientos de la vida. Pensemos, por ejemplo, en el exagerado temor a la crítica de las personas obsesivas, que las hace evitar reuniones sociales por temor a que los demás “descubran” sus imperfecciones. También, en la tendencia a preocuparse en exceso. Para el autor, la actitud pesimista del obsesivo es un mecanismo de autodefensa ante acontecimientos imprevisibles.

Al respecto, el autor hace referencia a la creencia inconsciente de lo que da a llamar el “Marcador Cósmico”: para el obsesivo, ya sea que se apoye en ideas religiosas o en algún “principio natural” del universo, hacer las cosas bien necesariamente traerá buenos resultados. Esto los lleva al perfeccionismo extremo, incluso a hacer determinados sacrificios o dejar de disfrutar de los placeres de la vida que autoperciben como inmerecidos. Una manera de “adeudarse” para que lo que no depende de uno, en contrapartida, termine por salir bien.

¿Y qué pasa cuando, aun habiendo hecho todo lo que se habían impuesto hacer, las cosas no resultan como pensaban? Por ejemplo, ante el fracaso de un matrimonio, un examen que se desaprueba, o una entrevista de trabajo fallida, el obsesivo recurre a otro mecanismo, el “control retroactivo” (rumiar una y otra vez sobre lo que se pudo haber hecho de otra forma) antes de asumir que el control es un mito.

Idea clave 4: El comportamiento obsesivo frente a la posibilidad ineludible del error

Al perfeccionista los resultados le traen sufrimiento, no satisfacción, porque nunca cumplen con sus estándares. Por el contrario, una persona no perfeccionista no basa su seguridad en los resultados obtenidos sino en los intentos y los procesos, y por lo tanto, los eventuales errores o imprevistos no lo desestabilizan.

Y aquí aparece la paradoja de la profecía autocumplida: justamente por su miedo al error, el perfeccionista termina teniendo comportamientos nocivos, como dificultades para cumplir plazos pautados, evitar emprender nuevos proyectos, demorar en tomar decisiones o negarse a comprometerse. El autor cita ejemplos del ámbito estudiantil o laboral: por ejemplo, el estudiante que, obsesionado por no perder detalle de la clase, se pierde de comprender las ideas principales, o el empleado que, por su necesidad de ser exhaustivo, se demora en un exceso de información innecesaria en una presentación por temor a omitir algo.

Pero también ocurre en el terreno afectivo: muchos perfeccionistas se caracterizan por sus dificultades para entablar relaciones amorosas duraderas, o para sostenerlas en el tiempo. El típico “miedo al compromiso” de los perfeccionistas no es otra cosa que la fase final en la toma de decisiones. Los perfeccionistas manifiestan, de acuerdo con el autor, una tendencia a la provisionalidad, que se puede reflejar en algo tan nimio como adquirir una prenda de vestir y no sacarle la etiqueta (por temor a arrepentirse de la compra y no poder cambiarla por algo mejor) como en los vínculos afectivos. Y es precisamente en las relaciones de pareja donde los obsesivos más sufren y más hacen sufrir.

Otra característica que suelen manifestar los obsesivos y que sabotea tanto sus relaciones laborales como familiares y amorosas es la que el autor denomina como “resistencia a la exigencia”, es decir, hacer lo contrario de lo que otros pretenden. La resistencia a una demanda (real o imaginaria) aparece en el perfeccionista ligada al autocontrol: la única manera de mantenerlo es diciendo que no. En ese sentido, rehusarse a “sentar cabeza” y formar un vínculo duradero, comprometerse, casarse, etc. puede funcionar como una resistencia a un mandato socialmente establecido.

Las consecuencias de la resistencia a la exigencia suelen ser muy negativas, y abarcan desde los bloqueos en el trabajo y en el estudio, hasta el resentimiento de las relaciones laborales, o el saboteo del propio desempeño, así como también el autosaboteo de las relaciones personales. Y de acuerdo con la experiencia clínica del autor, tomar conciencia de la propia resistencia a la exigencia es aún más difícil que reconocer la tendencia al perfeccionismo.

Idea clave 5: El perfeccionismo también se manifiesta en el pensamiento

Si bien fuera del dominio de los expertos tendemos a asociar la obsesión con el perfeccionismo con ciertos comportamientos visibles y palpables, el obsesivo también se caracteriza por ciertos patrones mentales. El autor habla de aquellos “adictos a pensar”. En efecto, muchos obsesivos viven su vida como un torrente continuo de preocupaciones (anticiparse a lo que podría ocurrir) o bien de divagaciones (darle vueltas a lo que ya pasó).

¿Qué hay detrás de las preocupaciones excesivas? Por parte del obsesivo, que siente que puede controlarlo todo, persiste esa creencia errónea de que hay un “Marcador Cósmico” que permite intercambiar el sufrimiento actual de la preocupación por la “prevención” de una desgracia. Como si por alguna fuerza desconocida pudiéramos prevenir la tragedia imprevista anticipándonos a ella.

El autor sostiene que el lema cognitivo de los obsesivos es “Observar. Comprender. Recordar”. El obsesivo se percibe a sí mismo más como mental que emocional porque esto surge de su necesidad de control, y las emociones representan aquello que por definición no puede ser controlado. Además de dejar afuera de su vivencia aspectos importantes como la intuición, la preocupación de los obsesivos es constante y yerma porque no conduce a una solución y además, ¡porque la mayor parte de las cosas que pueden preocuparnos no se cumplen!

Como contraparte de la preocupación está la divagación: así denomina al autor a la práctica mental de obsesionarse pensando en lo que ya pasó, en el cavilar constantemente sobre los propios errores o los de los demás. La divagación es una variante exagerada de la capacidad de recordar experiencias desagradables para aprender de ellas y no repetirlas. El obsesivo cree que, si realmente vuelca toda su energía mental en un hecho del pasado, “no volverá a ocurrirle algo semejante la próxima vez”. Pero por desgracia, al igual que la preocupación, la divagación suele ser inútil: perdidos en la minuciosidad de cada detalle, los obsesivos se privan de poder aprender de la experiencia como un todo. Es por eso que, a su pesar, suelen repetir patrones dañinos.

La preocupación y la divagación son mecanismos engañosos de control. No solo no funcionan, sino que además cuestan caro: malgastan tiempo y energía y suelen acarrear tanto síntomas físicos como sufrimiento emocional. ¿Cómo superarlos? El autor propone una serie de técnicas de suspensión del pensamiento, como pueden ser la meditación o ejercicios de respiración. Pero lo primordial es reconocer que no son los acontecimientos externos los que causan sufrimiento sino el pensar en ellos.

Idea clave 6: El perfeccionismo genera dolor en uno mismo y en los otros

El autor proporciona numerosos ejemplos extraídos de su práctica clínica para demostrar cómo el perfeccionismo deteriora las relaciones sociales de distintos modos. Puede manifestarse, por ejemplo, en una inhibición social por miedo a que los otros detecten algún error. El obsesivo es demasiado prudente: siente temor a ser “descubierto” o desenmascarado y eso lo lleva a mantener a los demás a distancia, por miedo a que conozcan sus defectos (algo inherente a ser humanos).

Por el contrario, el perfeccionismo también puede ponerse en evidencia en el hecho de querer tener razón a toda costa y demostrar una resistencia extrema a la crítica. Muchos perfeccionistas manifiestan desconfianza hacia los demás, porque en el fondo no quieren depender de ellos puesto que los hace sentirse vulnerables. Esta cautela emocional se manifiesta de maneras múltiples: una extrema reserva de los propios sentimientos, constante necesidad de estar solo, excesiva suspicacia, por ejemplo, en el manejo obsesivo del dinero.

A la vez que el obsesivo es perfeccionista consigo mismo, también lo suele ser con los demás. La poca tolerancia ante lo que percibe como defectos de los otros lo lleva a la dificultad para entablar relaciones amorosas o familiares.

Al respecto, el autor da algunos consejos para ser menos precavidos y no vivir todo el tiempo con la guardia alta (cosa que resulta por demás desgastante). Por ejemplo, reconocer que las personas de nuestro entorno que sí confían en otras personas no lo hacen por ser menos inteligentes, sino porque saben que vale la pena correr algunos riesgos: sufre más el que no se atreve a conocer el amor que aquel que sobrelleva un desengaño amoroso. Por otro lado, si tememos sentirnos rechazados es posible que la coraza que hemos interpuesto entre nosotros y los demás sea precisamente lo que causa ese rechazo.

Es muy difícil abrirse y mostrar los verdaderos sentimientos si hasta este momento lo considerábamos una debilidad. Pero el esfuerzo suele valer la pena: las personas del entorno de un obsesivo que, por primera vez, logra en un tratamiento abrirse y mostrarse tal cual es, suelen retroalimentar esta sinceridad emocional con empatía y cariño, lo que hace que los sucesivos intentos vayan siendo cada vez más fáciles.

Idea clave 7: La perfección es enemiga del disfrute

¿Qué separa a alguien detallista, con altas aspiraciones, exigente y responsable de alguien obsesionado por la perfección? El límite está en el desgaste y el sufrimiento que padecen las personalidades obsesivas. Por ejemplo, una persona puede destacarse por ser meticulosa y ordenada, y tener su casa muy prolija porque se siente a gusto en ella. Pero si esa misma persona es obsesiva, llevará la pulcritud al extremo de estar incómodo si algo está fuera de su lugar.

Así como el obsesivo necesita tener su espacio totalmente bajo control, lo mismo le ocurre con el tiempo: alguien organizado se siente cómodo siguiendo un horario, o realizando determinadas tareas periódicamente, pero puede ser flexible ante los cambios. Los perfeccionistas, por el contrario, no soportan los imprevistos, porque ponen en evidencia que el control que pretenden mantener a costa de un inmenso esfuerzo es solamente un mito que se desmorona.

Esto se refleja particularmente en la dificultad de los obsesivos para la toma de decisiones, ya que no pueden reconocer que, en muchas oportunidades, no existe una única respuesta o alternativa “correcta”. Si tuviéramos que decidir entre ir de vacaciones a la playa o a la montaña, podemos sopesar las ventajas y las desventajas de cada una, pero decidiremos entre aquella que nos genera más placer. Y sí, puede que haya imprevistos, como que el clima no sea el ideal. Al respecto, los no perfeccionistas hacen lo mejor posible con la decisión que tomaron, pero los perfeccionistas pueden sentir que su mundo se desmorona y, antes que sufrir algo semejante, quedarse sin viajar.

La personalidad obsesiva del perfeccionista no le permite darse cuenta de que la inacción, el evitar tomar decisiones, es en sí mismo una decisión y que, como tal, acarrea consecuencias muchas veces negativas. Lamentablemente, la vida sin errores no es perfecta ni deseable sino causa de sufrimiento.

Otra fuente de sufrimiento para los perfeccionistas está en la denominada “sensibilidad especial a las exigencias”, que es la contracara de la resistencia a la exigencia. Se trata de que el obsesivo vea cualquier pedido, o incluso cualquier deseo interno, transformado en una obligación más que cumplir. Esto les cuesta caro, ya que conlleva que se pierda la alegría y la sensación de realización personal. Pensemos, por ejemplo, en el saboteo del tiempo libre y del disfrute que se produce cuando el “quiero cocinar galletas” se convierte en un “debo cocinar galletas”.

¿Qué podemos hacer si reconocemos en nosotros este tipo de mecanismos? Frente a la dificultad sostenida en el tiempo para la toma de decisiones, el autor aconseja empezar por reconocer el desgaste de tiempo y emocional que conlleva, identificar los pensamientos que llevan a eludirlas y reemplazarlos por ideas más razonables. Por ejemplo, en lugar de sostener un pensamiento del estilo “si esto falla, no podría soportarlo”, aceptar que las decisiones pueden ser reversibles. Respecto a la sensibilidad desmedida a las exigencias, hay que comenzar a detectar los propios “debo” o “tengo que” en lugar de los “quiero” o “deseo”. Recordemos siempre que la decisión final es nuestra: es cierto que todos tenemos obligaciones que cumplir, pero hay que buscar el “quiero” detrás de los inevitables “debo”. Por ejemplo, detrás del “debo estudiar para este examen”, recordar el deseo de terminar esa carrera que hemos elegido libremente.

Idea clave 8: El perfeccionismo no funciona, pero siempre se está a tiempo de cambiar

Básicamente, el perfeccionismo no sirve para vivir una vida plena y feliz ni para entablar buenos vínculos con las demás personas. A costa de un enorme esfuerzo, los obsesivos pueden sostener durante un tiempo una ilusión de control, pero esto termina por destruirlos tarde o temprano porque por naturaleza, la vida es imprevisible.

El perfeccionismo se construye sobre falsa premisa del control. Una vez que aceptamos que el perfeccionismo no funciona, podemos dar el primer paso para cambiarlo. Por supuesto que cualquier transformación en los patrones mentales, de comportamiento o de relación con los demás tiene que ser gradual. El autor recomienda la terapia con un profesional, pero también aporta una serie de consejos prácticos que se pueden empezar a implementar de inmediato:

-          Aprender a responder “no sé”, y a admitir los propios errores. Veremos que el mundo no se cae a pedazos por no tener siempre la razón.

-          Si el perfeccionismo nos hace evitar actividades, volcarse a las mismas de lleno: menciona, por ejemplo, una paciente que temía salir a bailar y que se inscribió en clases de baile aún temiendo quedar expuesta. Tiempo después, disfruta de bailar aunque no lo haga a la perfección.

-          Es clave reconocer los propios pensamientos saboteadores internos. Hay que procurar reemplazarlos por ideas más realistas.

-          Con respecto a los trabajos, proponerse terminarlos en el tiempo pautado a como dé, planificando el estudio y el trabajo según los plazos y los tiempos previamente estipulados.

-          “Aspirar a la medianía” en algunos aspectos puntuales de la vida. ¿Te cuesta presentarte a un examen porque te aterra no sacarte la calificación más alta? ¡Procura obtener un mero “aprobado” y rinde igual!

-          Dejar de acumular objetos que no nos sirven o de demorar decisiones por temor a equivocarnos. Reconocer que tanto el desorden físico como mental nos resultan una carga muy pesada de sostener en el tiempo.

-          Respecto a la intolerancia hacia los demás, el autor recomienda empezar a “criticar al criticón” que hay en nosotros mismos. Aceptar a los demás como son, reconocerlos como personas valiosas con sus falencias, es también el paso para aceptarnos a nosotros mismos.

-          Hacer ejercicios conscientes para vivir en el presente, cortando con el torrente de pensamientos que nos impiden disfrutar y concentrarnos en lo que estamos viviendo.

 Resumen final

La idea clave de este libro: La perfección es enemiga del bienestar. Si bien algunos atributos como la responsabilidad, el compromiso, la dedicación y la búsqueda de la excelencia son positivos, llevados al extremo estos rasgos conforman una personalidad obsesiva. Detrás de todo perfeccionista obsesivo hay una ilusión de control que tarde o temprano se desmoronará, además de que el esfuerzo por mantener este control en sí mismo es una fuente de desgaste y sufrimiento. Reconocer en ti mismo (o en algún ser querido) estas características, es el primer paso para cambiar y vivir de otra manera, en paz con uno mismo y con los demás.

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