Dos semanas sin escribir en el blog, dos semanas con hijos enfermos en casa. ¿Coincidencia? Nah, ya conté lo mala madre que soy con las enfermedades, cómo sacan lo peor de mí, de qué me iba a poner a hablar si todo mi ser estaba pendiente de que mi bebé de siete meses mejorara de su primera enfermedad, una horrible bronquiolitis (dentro de todo leve, por suerte). Y por estos días, cuando el gordito ya estaba convalesciente, cayó Dani -de nuevo en menos de un mes- con otitis.
No. Prefiero hablar ahora de lo mucho que se extraña la normalidad. Y de cómo no valoramos ciertas cosas hasta que nos faltan. Dicen los mayores que lo que importa es la salud. Cómo no la valoramos hasta que no la tenemos. En el caso de mi familia, tenemos que ser agradecidos de que solamente faltó por dos semanas.
Dos semanas encerrados en casa. Dos semanas sin plaza ni amigos, ni paseos al aire libre. Sin (casi) ver a nadie, más que a los abuelos y a la tía que se dieron alguna vuelta. Y no solo los chicos: los adultos también nos sentimos aislados. Hoy nada me pone más feliz que mirar por la ventana y ver que hay sol, y pensar que en un rato puedo ir con mis dos chiquitos recuperados a dar una vuelta por el barrio.
Dos semanas escuchando el coro nocturno de tocecitas. De no dormir de corrido más de una hora y media o dos (con suerte). De tener que encender la luz a la noche para poder hacerle el paff al bebé y de escucharlo llorar a gritos a las cinco de la mañana, rogando que su hermana mayor no se despertara también (a veces lo hacía). Hoy me parece una maravilla que mi bebé solo se despierte una vez de noche para tomar la teta, y que tranquilito se vuelva a quedar dormido.
Dos semanas faltando intermitentemente a mi trabajo, porque con el papá nos turnábamos para cuidar a los nenes. Justificativos médicos para que no nos descuenten los días, preparar actividades de antemano para la persona que me iba a cubrir, ver cómo se me acumulaban los pendientes y las correcciones. Hoy valoré más que nunca estar tranquila en mi aula con mis alumnos, dando la clase que tenía pensada y cumpliendo con mi tarea. Adoro mi trabajo. Adoro poder estar. Pero, bueno, a veces las prioridades cambian...
En fin, es la época del año, las enfermedades en los jardines de infantes florecen... me pregunto cuánto durará nuestra precaria normalidad. Mientras tanto, a disfrutarla.
Primero cayó Quiqui. Su primera vez enfermito. |
No. Prefiero hablar ahora de lo mucho que se extraña la normalidad. Y de cómo no valoramos ciertas cosas hasta que nos faltan. Dicen los mayores que lo que importa es la salud. Cómo no la valoramos hasta que no la tenemos. En el caso de mi familia, tenemos que ser agradecidos de que solamente faltó por dos semanas.
Dos semanas encerrados en casa. Dos semanas sin plaza ni amigos, ni paseos al aire libre. Sin (casi) ver a nadie, más que a los abuelos y a la tía que se dieron alguna vuelta. Y no solo los chicos: los adultos también nos sentimos aislados. Hoy nada me pone más feliz que mirar por la ventana y ver que hay sol, y pensar que en un rato puedo ir con mis dos chiquitos recuperados a dar una vuelta por el barrio.
Dos semanas escuchando el coro nocturno de tocecitas. De no dormir de corrido más de una hora y media o dos (con suerte). De tener que encender la luz a la noche para poder hacerle el paff al bebé y de escucharlo llorar a gritos a las cinco de la mañana, rogando que su hermana mayor no se despertara también (a veces lo hacía). Hoy me parece una maravilla que mi bebé solo se despierte una vez de noche para tomar la teta, y que tranquilito se vuelva a quedar dormido.
Mis dos tesoros convalecientes. Hermosos pero ¡qué laburo! |
En fin, es la época del año, las enfermedades en los jardines de infantes florecen... me pregunto cuánto durará nuestra precaria normalidad. Mientras tanto, a disfrutarla.
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