Suelo decirle a Dani que ella me enseñó a ser mamá. Y le doy las gracias. Son muchísimas las experiencias que capitalizo de mi primera maternidad y que me enriquecen, me hacen mejor persona y me ayudan a crecer. Pero no solamente aprendo de las cosas que hago bien, sino también de los errores -por eso sostengo que ser mamá de dos me ha hecho mejor mamá, que desde que tengo a Quiqui siento que Dani también se ha beneficiado.
Tengo mil versiones de esta foto con el gordo. |
En mi infancia, no recuerdo haber dormido una sola noche en la cama de mis padres. Ni siquiera cuando se separaron y mamá se quedó sola con nostras chiquitas. Ella siempre sostuvo que el dormitorio de los grandes era para los grandes, y el de los chicos, para los chicos. Tal vez haya sido un poco rígida mi mamá en ese aspecto, pero no era en absoluto la única que pensaba así: hasta hace pocos años, el colecho estaba mal visto en general. Era algo que sucedía, pero que se guardaba en secreto. Todavía recuerdo cuando para una materia de la facultad me tocó analizar esta nota periodística que hoy, varios años después de Carlos González, Rosa Jové y otros defensores que instauraron la crianza con apego, parece de la prehistoria.
Una de las pocas que tengo colechando con Dani. |
Con Quiqui, todo fue diferente. Para empezar, ya en la maternidad donde nació me alentaron a que le permitiera dormir boca abajo sobre mi pecho (el único lugar donde es seguro que un bebé recién nacido duerma en esa posición). "¿Por qué insistís en dejarlo en la cuna? Lo natural es que quiera dormirse pegado a vos", me dijo una enfermera, que no se habrá imaginado que me estaba cambiando la cabeza y dando un giro de 180º a mis noches de puerperio. Y así fue como con Papi Reloaded nos resignamos a compartir no solo el cuarto, sino muchas noches, también la cama. Y obvio, se hizo costumbre.
Siesta de hermanos, ¿adivinen en qué cama? |
Hace unos pocos meses, le compramos al gordo su cama. La cuna ya le estaba quedando chica. Y ahora, que está por cumplir dos años, muchas noches ya las duerme de corrido. Nos despertamos por la mañana con el despertador, no con sus patadas ni sus manitos en la cara. Y ¿qué quieren que les diga? Está bueno, pero un poco también lo extraño. Me alegro mucho de haber podido vivir esta experiencia de colecho sin culpa, de disfrutar también de la protección brindada a mi cachorro, de dormirme con su cabecita sobre mi brazo, de escucharlo respirar sereno.
A aquellos que estén pensando en dormir con sus bebés, les recomiendo, primero, que les presten atención a las recomendaciones para el colecho seguro, y segundo, que lean este hermoso artículo en Babycenter. ¡Y felices sueños a todos!
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